Imagen: global-strategy.org
¿Qué hace falta para que se tome conciencia de la crueldad de cualquier acción bélica? ¿Por qué todos los países compiten para tener más ojivas nucleares que sus vecinos? Cuando lees un libro que relata lo sucedido en cualquier guerra te llena de horror, vives los desastres, el dolor, lo inhumano, casi te llega el olor de los cadáveres y la cabeza se te nubla por la incomprensión de la situación. Bombas, balas, bayonetas, gases venenosos, lanzallamas, fusilamientos, traición, hambre, frío, humedad, enfermedades, heridas de gravedad, calles llenas de cadáveres, escombro y desolación, así como muchas muertes de seres inocentes.
Se habla de miles, millones de bajas, como si no se refirieran a hijos, padres, hermanos, tíos, sobrinos, personas que dejan de existir por la exigencia de su país, de un gobernante que no va a la guerra, que solo sabe beber whisky en su despacho mientras sigue los entresijos del enfrentamiento; los que mueren son otros, son inocentes obligados a tomar las armas, a pasar hambre y miedo, a salir de sus trincheras amenazados por un oficial que les advierte que de no hacerlo, él mismo les quitará la vida.
Hay un conflicto mundial que obedece a intereses de unos países sobre otros. Los objetivos de algunos de esos países es obtener los recursos o los territorios que pertenecen a otros. Muchos desean imponerse a la fuerza, ejercer su poder y llegar a que el otro se doblegue. Invaden como ocupas, imponen normas como dictadores, y saquean como corsarios. Dicen hacerlo para acrecentar la democracia de esos países, pero lo cierto es que los empobrecen, endeudan y les roban. Además, al marchar, siempre les dejan en ruinas, destruidos… ¡no hay país, sino una escombrera!
Los que dirigen esas intervenciones son malas personas, de lo peor que nos podemos encontrar en el mundo. No podemos calificarles de civilizados ni educados o responsables. Son degenerados, son piratas modernos, son mafiosos y corruptos de los que tanto abundan. Son gentes peligrosas que desestiman la importancia que tiene la vida, sobre todo, la vida ajena. Las suyas tratan de que cabalguen en la abundancia de todo, hasta del vicio más moderno o estúpido, si con ello creen despertar envidia en los demás. La guillotina debería reservarse para cortarle la cabeza a aquellos que no permiten que en el mundo haya paz y la humanidad viva y progrese felizmente.
Tres, cinco, diez o treinta años de guerra es igual cantidad de tiempo perdida por todos. Es dolor repartido, son toneladas de vertidos peligrosos para el medio ambiente arrojados al suelo, al mar o al aire. Es pobreza, es atraso en la civilización, es un freno en la evolución del ser humano. Es distraerse de lo que debe ser fundamental para las personas, pero sobretodo es muerte y, algunos no se contienen, proyectan muerte, la de millones de seres, para conseguir imponer su mandato egoísta y destructor.