Hoy hablaré del bochornoso espectáculo
del ambiente futbolero, que ofrecen los padres, principalmente, en las categorías
inferiores, donde juegan los chavales.
Afortunadamente, mis hijos ya son
mayores y por tanto hace años que ya pase por esto y quedó atrás. Desde hace
unos meses asisto a partidos de la categoría de cadete de primer año porque
juega un sobrino mío y claro, me he encontrado inmerso en este mundo que lo
tenía completamente olvidado.
Han pasado más de diez años desde
que veía a mis hijos jugar, pero el catastrófico ambiente de agresividad,
insultos y todo el repertorio de falta de educación, respeto y civismo, sigue
intacto, tal cual lo dejé entonces. Los padres siguen calentando los partidos
con sus insultos, con sus protestas, con su arbitraje desde la grada, con las
frases que les dirigen a los árbitros y jugadores sin pararse a pensar un poco,
sin frenar su agresividad y vehemencia, mucho menos su verborrea. ¡Que son
chavales, tanto unos como otros!, tanto los jugadores como el arbitro.
No digamos, cuando se juega
contra el equipo de un barrio “marginal”, de menos medios, donde viven un gran
número de personas con menos recursos, estudios, etc., esto se hace patente en
sus chavales y ya entonces, las agresiones no solo salen de la grada en forma vociferada, sino que juegan agrediendo,
intimidando a los jugadores contrarios. En estos casos, el arbitro se encuentra
intimidado, cohibido o como se dice vulgarmente: “acojonado”, pues no deja de
ser un muchacho y el partido se le va de las manos. Los jugadores que están
sufriendo las agresiones también tienen padres y la cosa se pone pero que bien
calentita, hasta el punto que siempre hay alguien que llama a la policía porque
ve que allí se va a armar la de San Quintín.
Esto no es deporte, la rivalidad
propia de dos equipos que se enfrentan para conseguir la victoria, trasciende
las normas del juego, no se juega a futbol si no a dar patadas, codazos y
empujones, muchas de las veces, la mayoría, sin tener el balón en juego. Esto
no es futbol, esto es jugar a imponer la ley de la fuerza arropado por una
cantidad de energúmenos gritando. Personas que han dejado de serlo, que son
fieras deseosas de agredir a otras personas, cuando debería ser un rato para
pasarlo bien y aceptar los resultados con deportividad. En estos partidos
conflictivos se observa como hay entrenadores que enseñan a los niños malas
artes, en lugar de enseñarles a jugar al futbol, esto es duro y parece una
acusación muy fuerte, pero vean un partido contra el equipo de un barrio “marginal”,
verán que sucede, se les quitan las ganas de volver a ver un partido de futbol
de estas categorías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario