El deber de
hacer el bien, el placer de ir por derecho, la felicidad de respetar y de saber
que en cada acto hay honestidad. Saber que no se es abusivo sino justo,
entender que se interviene para ayudar, para solventar cuestiones o problemas.
Sobre todo esto se levanta todo un código del honor y del respeto que le hace a
uno feliz y vivir más tranquilo; sabiendo que se hace todo cuanto se sabe y se
puede. Son pautas de conductas que no se limitan al interés particular sino al
colectivo, porque todos tenemos los mismos derechos y obligaciones, como
principio de la igualdad bien entendida.
No tiene
sentido dar pasos en falsos, no merece la pena seguir andando si el destino
lleva implícito el engaño y la insatisfacción de los demás. Los demás son tan
importantes como uno mismo, sus vidas valen tanto como la de uno mismo; ¿por
qué creer que somos más importantes que los otros? Aquí estamos para
completarnos cada uno de nosotros con la ayuda de los demás, así que nuestra
mente sea cristal transparente y nuestra mirada puro sentimiento de amor,
nuestra boca siempre esboce una sonrisa que ofrecer a los demás y nuestras
palabras solo sean delicadas apreciaciones de los otros.
Hay que vivir de
verdad, hay que enjuagarse la boca para hablar y hay que calmar la mente antes
de hacerlo, para no dañar a nadie. Hay que desear abrazar, amar, acariciar, besar
y mostrar toda la emoción y sentimientos que experimentemos. ¿Sirve para algo
ocultarlos, ha valido para algo vivir con la coraza que hemos fabricado?, cuan
más hermoso no es vivir abierto, accesible, disponible y lleno de amor hacia
uno mismo y todos los que entran en nuestras vidas.
La vida es
pura magia y nos conduce casi sin darnos cuenta, nos entrelaza con personas y
situaciones, de las que apenas adivinamos su sentido. Aunque sospecho que esas
personas y situaciones nos son necesarias y por eso nos llegan, entran en
nuestras vidas, nos abordan, se despliegan ante nosotros para que
experimentemos y aprendamos. Aún siendo aparentemente desagradables, son
imprescindibles, las atraemos para experimentar y completar algo de nosotros.
Por tanto, no rehusemos, no las temamos o evitemos, por el contrario, mostremos
interés, curiosidad y actuemos atentos para aprender y comprender qué lleva implícita
tal situación.
Hacer lo
correcto, hacer el bien, no es ser tonto como muchos creen en esta sociedad de
listillos que predican con un ejemplo nada aconsejable. Cuidar las formas y
obrar desde los valores más humanos es haber llegado más lejos, no así el que
aparentemente parece estarlo porque le distancia el ficticio poder del dinero
mal empleado. El dinero no tiene nada de malo en sí mismo, solo es papel o
plástico, no hace mal a nadie, es cuando se convierte en el centro de la vida
de alguien y la avaricia es tal, que ya no importan los procedimientos ni el
mal provocado para conseguirlo; es en ese instante cuando se ha equivocado uno
del todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario