Ayer me dijo mi mujer: “Mi
compañera María Ferre, que te lee, dice que hace tiempo que no publicas en tu
blog”, y es cierto. Creo que he dado mucha salida, que he utilizado como válvula
de escape las redes sociales: Facebook y Twitter, para publicar y compartir
todo aquello que, de algún modo me toca mis sentimientos o apunta hacia donde
se dirige mi sentido común.
Un sentido común propio,
fabricado como todos lo hacemos, y por tanto puede no ser coincidente con el de
otros, que a mí me merece mucho respeto. Pero entenderán que luche por aquello
en lo que creo, que como he dicho en otros escritos no sigue ideológicamente a
ninguno en concreto, aunque pudiera parecerlo.
Una de las cosas de las que me
siento orgulloso en esta vida es de no estar clasificado, al menos
conscientemente. No pertenezco a ningún movimiento de los que hasta ahora han
ido moviendo a la gente en masa, y no por ello quiero que nadie se me ofenda,
sino todo lo contrario, deseo que cada cual viva la vida que mejor crea para
sí. Pero que me dejen vivir la que yo quiero para mí.
Como decía: no pertenezco a
ningún partido político, no soy de ningún equipo de futbol, no soy de ninguna
religión. Trato de ser lo más libre que me puedo permitir, y lo digo así,
porque solo hay una gran libertad, que es interior, y es ausente de miedos. Esa
es para mí la gran libertad, y la única posible al fin y al cabo. Lo demás es
parecido, es una libertad fundamentada en yo mentalmente me permito hacer más o
menos cosas, pero cuando eres tú, la libertad es absoluta.
Ese es el aspecto de esta
existencia que más me importa, y al que vuelvo una y otra vez cuando me doy
cuenta de cuanto me distraigo por el camino. Apenas me salgo, me veo fuera,
trato de ser yo, solo la vida que soy, y hablo de este sitio que lo somos todos, del que no nos podemos
separar, puesto que no podemos arrancarnos ese fondo real sobre el que hemos
fabricado toda nuestra complejidad de vida mental.
Y hablo de este sitio, donde
somos, porque solo desde él se vive en el gozo, en la plenitud, y se comparte
amor. Esto así dicho, según en que mentes caiga, suena un poco extraño, pero os
aseguro que vivimos con la oportunidad de vivir plenamente, y aunque a algunos
le cueste aceptarlo, es posible. Sé de que hablo, en algún momento fui
consciente de ello, y su valor y belleza, es incalculable. De verdad os digo, que
vivimos en esta dimensión del sueño, de nuestro mundo mental, de un modo muy
pobre.
Según he oído, enfermamos porque
vivimos apartados de lo que somos, nos separamos por ignorancia, y en nuestro
mundo mental inventamos las enfermedades, creemos en ellas. De la mente enferma
solo se puede crear una sociedad enferma, porque la mente va por libre, no se
ha hecho una con la vida que somos, con esa energía, con la inteligencia que
llega a ser. Esa inteligencia que se transforma a sí misma y da la forma, tornándose
una semilla en una planta o árbol, de modo parecido en las personas y animales.
¿No es absolutamente mágico e impresionante que haya una inteligencia dinámica
que se desarrolla a si misma con esa maestría y perfección? Es la vida.
En lo más profundo eso es lo que
somos, y aunque puede parecer una afirmación simplista, hemos añadido material
adquirido más otro propio, hemos creado una ficción paralela a aquella verdad,
y nos hace girar, dar vueltas, tratando cada cual de encontrar su felicidad
mental perecedera, cuando ya tenemos la original. La felicidad inherente a la vida,
pues la vida es plenitud y amor, por tanto todo lo demás nos lo inventamos.
Dejemos de imponernos tanto,
dejemos de querer gobernar y controlar, y permitamos que la vida que somos, que
ya hemos visto que es sabia, hable por nosotros, nos lleve hacia nuestra misión
en este mundo, en esta existencia que nos ha tocado compartir unidos. No
distanciados, por eso cada cual está tirando hacia donde cree mejor para sí y
sus afines.
Esto toca a su fin, todos somos
iguales, todos somos solo la energía de vida que somos, manifiesta en
diferentes formas, con un fondo común, con un objetivo común: ser felices. Para
ser feliz hay que ser el amor que somos ya en nuestro interior, solo hay que
parar un poco y atenderle. Está deseoso de mostrarse para ser compartido, para
crecer más y más.
Cuando lo hagamos, habremos dejado atrás las
barreras de la mediocridad, de las discriminaciones, de la falta de valores, de
los intereses, de las guerras, de la pobreza, y…. empezará la vida auténtica.
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