Por qué tanto
odio, tanta revancha, por qué tantas preguntas se responden con tantas
justificaciones de lo que hacían otros en otros tiempos. Por qué tanta falta de
humildad para reconocer lo que cada uno está haciendo, por qué tanta maldad y
tanto engaño.
Si nos diéramos
cuenta del bienestar que nos proporcionamos cuando reconocemos las cosas,
cuando consideramos y respetamos, todo lo posible, al que tenemos a nuestro
lado; cuando llegamos a amarle si nos es posible, cuando nos desvivimos por
ayudarle y cuando sus problemas nos importan, cuando su alegría es nuestra y
cuando su dolor también lo compartimos. Son momentos de felicidad, de plenitud,
de sentir que estamos haciendo lo que debemos de hacer.
La vida pasa
más cerca de estos derroteros que no de los que han decidido seguir alguna gente.
La vida es para construir, para desarrollar, para aprender, para dar y recibir.
La vida es para crecer juntos, para aprender a tolerar, para trabajar la
paciencia, para ayudar a los que se rezagan, para crear un mundo basado en la
verdad, en la ausencia de miedo, en la libertad con respeto, en procurar que
todos nos sintamos bien y con nuestro espacio vital. Hay lugar para todos y
nadie debería vivir de imponer sino de sugerir.
Este espacio
es para el entendimiento, para la voluntad de hacer, de colaborar, de dialogar,
de consensuar, de ceder, de comprender, de pactar. Estos momentos son adecuados
para girar, para dar un cambio, para que comprendan algunos que no se puede seguir
el camino del engaño hacia sus semejantes. Es hora para la contemplación y para
la compasión, pero no para quedarse en la lamentación sino para emprender
acciones que den verdaderas soluciones a problemas enconados que sufre la
humanidad, desde hace algunos siglos.
La violencia
no tiene lugar en esta existencia, en la actual y en la futura menos aún. Si lo
analizan, verán que en lo profundo si se razona y es fácil de comprender, la
dirección tomada por los sectores prepotentes de las sociedades es equivalente
a destrucción, enfermedad y por consecuente, a muerte. Podemos hacer algo
diferente, tenemos capacidad para hacerlo, exigirnos lo que sea humanamente
preciso, dejarnos vivir de un modo razonable e inteligente. Las personas ante
todo, respeto a la vida de todos los seres vivos, amar sobre todo, desarrollar
el amor, dar amor y saber recibirlo.
Las guerras
han de ser pronto algo del pasado, la tragedia de las malas decisiones de
algunas personas. El horror provocado por las guerras no justifica la defensa
de una religión, de unas ideas, el saqueo de recursos ni el sometimiento y
condena de una población, seres inocentes que tienen que vivir diariamente al
borde la ansiedad, del temor de perder su vida o la de sus familiares. Sangre,
destrucción, dolor, terror, estruendo en las calles, disparos, silbidos que
hacen los proyectiles cuando sobre vuelan los edificios hasta que llega la
detonación. Aviones que surcan los cielos mientras dejan caer su mortífera y
letal carga, que matará aleatoriamente a personas malvadas e inocentes; algo
que nunca tendrá justificación.
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