Ya huele a feria y a otras muchas
cosas, también huele a excrementos de caballo, a humo, a fritanga y a alcohol.
La feria de abril de Sevilla se celebra en mayo, pero sigue siendo la famosa
feria de abril de Sevilla, ese escape y lugar para desfogar y desinhibirse a
golpe de copas de “rebujito” (mezcla de fino o manzanilla con seven up) primero
y de cubatas después.
Ya huele a feria hasta las tantas
de la madrugada todos los días, con los oídos a punto de explotar debido al
exceso de ruido y la garganta irritada de tanto forzarla para hacernos entender
en ese medio tan jaleoso. Ya huele a feria porque a los trabajos se va poco y,
si se va, se hace bajo de forma, la cabeza y el cuerpo siguen enganchados a la
marcha ferial… no están para nada, menos para trabajar en serio, así que mejor
no tomar nota de la productividad en estos días más los posteriores de resaca.
Ya huele a feria y a sudores en
las horas del mediodía y de la tarde, el sol aprieta y bajo el toldo es
equivalente a estar en un invernadero de Almería, los goterones de sudor
recorren nuestros cuerpos y a algunos el rexona no le funciona adecuadamente y
no solo les marca el cerco en la camisa o en los trajes de flamenca sino que
comparte su íntimo olor personal. No digamos, del que está pasado de bebida,
del que lleva dos días sin volver a casa, del que ha convertido su vestido o camisa
en tejido estampado por el efecto de algún caldo, de alcohol o grasa y, tan
solo ha intentado aliviarlo o decolorarlo con un poco de agua en ese imposible
servicio de la caseta. Sí, es imposible porque si estás un poco metido en
carnes no eres capaz de hacer uso de él y cerrar la puerta… igual tiene 70 centímetros
por 70 centímetros, y en ese espacio han forzado a entrar a un inodoro, un mini
lavabo y, ahora, tú también.
Ya huele a feria y los niños
piden ir a la calle del infierno, fíjense en el nombre coloquial y popular que
tiene dicha calle repleta de cacharritos, o atracciones para los más finolis, que
te revientan los tímpanos a base de watios lanzados a discreción y en todas
direcciones. La propagación de las ondas acústicas te alcanzan y hacen vibrar
involuntariamente los músculos de tu cuerpo, la tortura está servida y los
niños no pueden pasar sin ello, así que los padres se ven obligados a exponerse
a la locura por complacer a los más enanos de sus casas.
Ya huele a feria, echas el día en
la caseta y no dejan de pasar amigos que saben de tu paradero en esta semana,
así que no dejas de pedir jarras de rebujito y raciones de jamón, queso o caña
de lomo, tortillas de papa, pescado frito y algún que otro guiso o caldo si es
de noche. El dolor es inmenso cuando pides la cuenta y comprendes que entre
copa y copa, risas y bailes, has adquirido una deuda seria con el bar de la
caseta, no digamos, como hacen muchos, que lo dejan para liquidar a final de la
semana; claro, que muchos lo hacen, porque deciden primero disfrutar y,
posteriormente, dejar de pagar, se llevan un año renqueando y dando excusas,
terminando de pagar la deuda cuando está a punto de comenzar la siguiente feria
porque va a sufrir la vergüenza de que le expulsen de la sociedad que se han
montado unos pocos para tener una caseta en feria. Al final paga, pero todos se
han enterado que no pagas ni quemado, que eres más duro que el alcoyano, pero
eso sí, se ha trajeado cada día, ha salido de su piso siendo la envidia de
todos sus vecinos, ha pasado de trabajar en toda la semana, ha llevado la vida
del señorito andaluz en esta semana, pero ha engañado a todos y al arrendatario
de los servicios del bar lo ha dejado colgado, nada más y nada menos que un año
para pagar todo lo que se bebió y comió el bicho y todos los de su alrededor.
Ya huele a feria, pero unas
casetas de toldos en medio de una ciudad en las fechas que estamos, y es mi
opinión muy personal, es tercermundista, quizás soy demasiado rotundo o
tremendista en mi parecer. Me cuesta mucho compaginarlo con la era de progreso
y avances tecnológicos que estamos viviendo, creo que la feria tuvo su razón de
ser hace, tal vez, cien años, pero es anacrónico traer algo de hace cien años
al 2019. Seguimos sin progresar porque a la gente se le contenta siempre con
signos externos. A la gente se le lleva arrastrada y por donde se quiere, no se
le enseña a pensar por sí misma, no se le da tiempo para que así sea. A la
gente se le tiene que mantener distraída para que no se cuestione cosas, para
que no llegue a ver o comprender cómo se le maneja o trajina… ¡ya huele a
feria!
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