Aunque a veces, creo que escribo
de otros, seguramente siempre escribo de mí, es muy posible que de mi mente
salgan ideas sobre las que escribir que, de algún modo, me inquietan; es acerca
de estas, seguramente, de las que se disparen las letras. En la vida hay muchas
opciones, se pueden tomar infinitas decisiones, posiblemente cada cual tomaría
una diferente, aplicaría convencimientos distintos para llegar a su propia
conclusión, y esto es normal, pero qué hacer para consensuar en cualquier toma
de decisiones, sin que tenga que imperar el ordeno y mando, sino el sentido
común y el beneficio para el grupo.
A todos nos cuesta mucho
someternos a la autoridad de los otros, y mucho más cuando reina el absurdo, el
protagonismo, o la costumbre aunque esta no sea eficiente o funcional. Esto
sucede más veces de lo que debiera, porque para que ello no ocurra, se deberían
de estudiar más concienzudamente los proyectos o replanteamientos, se deberían
eliminar las prisas por alcanzar los objetivos, y se tendrían que considerar
las repercusiones en los demás; buscando factores que a veces se olvidan, como:
vocación de servicio, calidad en el trabajo, satisfacción personal de todos los
involucrados en el proyecto, etc.
Desgraciadamente vivimos la
sociedad de los resultados, de las cifras, de las estadísticas y de los
diagramas de barras. Importa la cantidad más que la calidad, la importancia
alcanza a los números más que a la calidad de los servicios prestados. Esto empobrece
la función y la imagen de cualquier sector laboral-empresarial, dando cada día
servicios más deficientes, realizando peores terminaciones en sus trabajos, y
como digo, difundiendo una peor imagen entre los usuarios o clientes.
El tiempo es oro, tan difundido
por la cultura neoliberal capitalista, hay que transformar dicha frase por otra
que diga: cumplir con honestidad los compromisos, procurando ofrecer la mayor
calidad a los usuarios y clientes, satisface a ambas partes y fideliza a los
consumidores. No todo es dinero, no puede ser el dinero el suplantador de los
sentimientos de las personas, no puede ese papel, ese símbolo, porque en el
fondo no es más que papel, el arrebatador de la felicidad de la gente. Basta ya
de machacar, de exprimir a las personas buscando la rentabilidad, que no se
alcanza con la calidad del producto o del servicio, en los esfuerzos
inconmensurables de los trabajadores.
Desde el diseño de cualquier
producto o servicio, hay que pensar en todas las partes integrantes presentes y
futuras, haciendo los cálculos necesarios como no, pero sin que ello signifique
que haya que crujir, como se dice vulgarmente, a ninguna de las partes, ni
trabajadores, ni clientes. Es hora de pensar en los demás, es el momento de
retornar a la calidad de cada uno de los procesos integrantes de los diferentes
proyectos que se plantean, para buscar la fiabilidad del producto o servicio, y
la satisfacción de los usuarios. Sin que ello sea sinónimo de infelicidad de los
trabajadores que intervienen en su diseño, fabricación, comercialización,
reparto, etc.
Trabajar no tiene que seguir
produciendo el ansia de que lleguen las vacaciones o la jubilación, trabajar ha
de ser una ocupación donde te encuentres valorado, respetado y compensado, dando
un trato reciproco e igual a los empresarios, esto como base para sentirnos
todos bien. Además de reciclar las formas actuales que nos llevan al trabajo a
destajo, donde domina la cantidad sobre la calidad, de aquí surgen los errores,
los defectos, las averías, y las insatisfacciones. El dinero no lo es todo y
mucho menos a largo plazo, las consecuencias son palpables en la actualidad,
hay crisis de empobrecimiento, de dinero, países endeudados, gente endeudadas,
bancos que deberían hasta callarse. Unos venden deuda, otros compran deudas,
pero quiénes están preocupados de salvar a la población sin medios para vivir,
eso le importa poco a los gobiernos deshumanizados. El mundo se ha puesto a girar
alrededor del dinero para desgracia de la humanidad, porque al mismo tiempo que
te da cosas materiales, te quita tus sueños, tu sentir profundo, y nos arrebata
la cualidad humana. ¡Es triste!
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