Cómo castigar a los responsables
del uso de armas químicas en Siria, sin castigar a la población, esta es la
cuestión que me hago. Primero intentaré percibir la sangre que se ha de tener
para dar la orden de usarlas, pues ese mandato va a ocasionar la muerte
indiscriminada, como ha sido, de mayores y de pequeños. Evidentemente, la
persona con poder suficiente para dar la orden es un asesino en potencia, al que
le importa más su cargo, la continuidad en el poder, que la vida de sus
conciudadanos. Asesino en potencia es un corto periodo de tiempo, tan corto que
se esfuma en el momento en el que comienza a gasearse a la gente, y las
personas van enfermando y pereciendo.
Qué gobernante merece seguir en
el poder de un pueblo al que destruye, evidentemente, ninguno. Cualquiera que actúe
de esta manera tiene que ser juzgado por crímenes de lesa humanidad, por el
tribunal de la Haya. Por tanto, obligado a abandonar su gobierno y encarcelado
de por vida. Esta supongo debiera de ser, con el derecho internacional en la
mano, la correcta forma de proceder, en lugar de la invasión o el bombardeo de
los que se erigen en protectores del mundo; porque el daño físico y psicológico
sobre la población inocente va a ser inevitable. Ningún país se puede tomar la
justicia por su mano, como sucede con los ciudadanos que no podemos, o debemos,
solventar los conflictos por nuestra cuenta, para eso están las leyes, y los
jueces para aplicarlas, en un estado de derecho y democrático.
Las personas no somos los
juguetes de los Estados, tampoco somos un paraguas antimisiles ni se nos repara
como si fuéramos mecanos, no se nos recompone de los daños de la destrucción y
de los efectos de las bombas. Las personas se traumatizan para toda su vida,
para que vivan con miedo el resto de sus días, los que sobreviven, tal vez,
vivan con lesiones, amputaciones, etc., hasta el final. Esto no se piensa
cuando se les llama daños colaterales, minimizando los atroces efectos de la
desgarradora violencia, que genera la guerra.
Nada justifica el ojo por ojo, y
diente por diente, pues al final todos tuertos o ciegos, y todos a mal comer o
comiendo sopita. A un dictador que dicta una orden de atacar a su población,
hay que juzgarle ante el mundo, como he dicho antes, y hay que obligarle a
salir de su agujero, pero solo a él, hay que destituirle, apresarle, condenarle
y castigarle con la privación de libertad de por vida, cuando haya provocado la
muerte de otras personas.
E.E.U.U., el espía del mundo, el
invasor de Irak, que mintió al mundo entero con lo de las inexistentes armas de
destrucción masiva de aquel país, cuyo interés fue el petróleo, hizo lo que
hizo, destruyó a un país casi entero, mató a todos lo que quiso, y ¿ha pagado
su error?, no, le salió barato. Formó la de San Quintín, dejó un país que era
rico en la miseria más absoluta, porque su objetivo secreto era otro, y de paso
se sacó de encima a los que le estorbaban para sus propios intereses.
Por encima del negocio de las
armas, del petróleo, del dinero y del poder, están las personas, y es hora de
que E.E.U.U., y cualquier otra potencia mundial comience a tomar conciencia
para que en el mundo se viva con menos conflictos de intereses. No hay más que
eso, unas luchas de poder por las direcciones de los países, gente que quieren
hacer las cosas como a ellos les interesa, y una intolerancia hacia los puntos
de vistas u objetivos de los demás. Por otro lado están los que no dejan de
hacer negocio de esos conflictos, arrimando material bélico a la contienda,
como el que arrima palos a la candela para que no se apague nunca. El resultado
es que hay países que no dejan de endeudarse con los poderosos, y poderosos que
no dejan de ganar dinero con los que se están matando entre sí. A ver si de una
vez por todas se prohíbe la venta de armas a terceros, que es como autorizar a
que se sigan matando en las calles, aunque irónicamente todos los gobiernos
hayan legislado la prevención de accidentes laborales, estos muertos si les
importan, pero aquellos no.
Que cada uno se meta en su
casita, que somos mayores de edad, y para eso hay unos sistemas de justicias
mundiales, y unas medidas a aplicar, para castigar las atrocidades cometidas
por los crueles dictadores; pero dejemos que sea la justicia y no la invasión
la que devuelva la normalidad a las zonas en conflicto.
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