Lo más significativo para mí que
ha dado de sí la semana, ha sido ese marido que por amor ha ayudado a morir a
su esposa tras un montón de años cuidándola sin que la esposa tuviera alguna
posibilidad de mejorar y dejar tras de sí el sufrimiento que padecía.
Se ha reproducido en vivo el
contenido de la película: Mar adentro, creo que era así como se titulaba ese
film, que recreaba la vida de un señor que cuando joven sufrió un accidente en
el mar y quedó parapléjico y que una amiga ayudó a morir como era su deseo.
Siempre he sentido que nuestra
vida es nuestra, no de los que hacen las leyes, nos pertenece, y nadie, ni
siquiera la iglesia tiene derecho a opinar sobre lo que decidamos hacer con
ella. Los que padecen son los enfermos y sus familiares cercanos, no los que se
dedican a tirarse ladrillos a la cabeza y llevarse cuanto pueden… ¡joder!, que
mala opinión tengo de los políticos. Lo lamento, la historia podría haber sido
bien diferente, pero es la que es en gran medida, gracias a las fechorías de
los que han estado y están en el hemiciclo parlamentario. No todos,
evidentemente, pero sí que van a tener que hacer un gran esfuerzo para que
podamos creer en ellos.
La eutanasia, la muerte digna y
voluntaria, llámenle como quieran, es algo que no se debe someter a debate, es
algo sobre lo que nadie debe tomar parte mas que las personas afectadas, muy
especialmente el que está padeciendo la enfermedad, el dolor, la incapacidad de
vivir con plenitud y normalidad. Es esa persona la que tiene que disponer de
ella misma, de su vida, para poder poner fin cuando lo tenga decidido, meditado
y esté convencido/a de que es lo mejor para él o ella.
Ya está el marido en la calle por
mucho que le pueda pesar a ciertos charlatanes políticos y de la curia, ahora
deberían sucederle otros muchos casos como este, unos tras otros, sin remedio,
sin tiempo a rehacerse el escenario jurídico, porque contra la injusticia que provoca
dolor e infelicidad, solo hay una vía posible, hacer uso del derecho
individual, la desobediencia, la lucha, la valentía, la insumisión, dar la
cara, decir al sistema que está equivocado, que es nuestra vida y que no le
pertenecemos, que no nos siga tratando como súbditos suyos sino como humanos de
pleno derecho, inteligentes y capaces de decidir qué queremos hacer, hasta
dónde deseamos vivir…, hasta donde llegamos soportando y en qué condiciones,
como para poder seguir llamando a esta manera de afrontar cada día, vida.
Como he dicho muchas otras veces,
hay mucho por hacer, pero para ello, y para hacer lo que se debiera hacer,
primero hay que llegar a ser mucho más humano. La gente que dirige no lo es, al
menos no lo suficiente como lo demuestra el tema de hoy y muchas otras cosas
legisladas por intereses privados de unos pocos, ignorando a la mayoría de la
ciudadanía. Hacen falta algunas cualidades y valores esenciales para dirigir
bien, para ser lo más justo posible con todos. Mientras cada paso se dé para
alcanzar un objetivo en el que siempre está reclamando atención el dinero y,
con él el poder, seguiremos en la misma inmundicia social mundial, constantemente
al borde de que a uno de esos locos le dé por pulsar el famoso botón rojo
nuclear y todo salte por los aires. Estaremos viviendo apretados y empobrecidos
para que unos pocos se lleven toda la ganancia mundial, al tiempo que inventan
escenarios y argumentos que nos cohíban y limiten.
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