Nos vamos a situar en Sevilla, la
tarde del día 18 de abril de 2019, hace dos días, he esperado para escuchar los
medios al respecto. Yo estaba en casa, a unos quince kilómetros del barrio de
Nervión, donde se encuentra el Estadio Ramón Sánchez Pizjuan (terreno de juego
del Sevilla F.C.). Cito ese punto porque como pude ver en las noticias, los
alrededores del estadio se anegaron en cuestión de minutos y todo quedó cubierto
con una capa de granizo y espuma.
Cuando comenzó a llover, de
inmediato mi casa, que por aquellos instantes mantenía una abertura pequeña en
todas las ventanas, hizo que se percibiera en el interior un desagradable e
intenso olor a gas. Algo inundaba la casa y me alerté, me levanté del sofá y
fui, muy extrañado, recorriendo cada habitación al tiempo que iba cerrando cada
una de las ventanas, pues observé que el olor procedía del exterior, de la
calle, el viento lo traía. Abrí la puerta trasera de la casa, que da
directamente al jardín y, ¡efectivamente!, todo fuera olía a eso, a ese tipo de
gas, el olor que llevaba unos minutos percibiendo.
Fue cayendo agua y se fue
inundando el barrio de Nervión. Mi suegra nos llamó para comentarnos que el
patio de su casa se había cubierto de granizo y, con asombro, nos refirió que
al hielo le acompañaba una especie de espuma. Hasta ahí supimos, no había más,
pero yo interiormente hilaba la espuma con el olor a gas, para mí era como si
la mierda que pulverizan en campos, los aviones esos que dejan las estelas de
humo blanco que se convierten en nubes la mayoría de las veces y las toneladas
de pesticidas que rocían plantas, árboles y cultivos de todo tipo… ¡amén!, los humos
de los coches, los ensayos nucleares, humos de las fábricas, etc., se hubieran
venido abajo arrastrados por la lluvia. Sin embargo, de este peculiar detalle
de la lluvia caída en exceso, en poco tiempo y produciendo esta desagradable
sensación olfativa, nadie se ha pronunciado.
Está bien que sucedan estas cosas
para que nadie se crea que nuestros actos no tienen consecuencias. Para mí ha
sido un efecto boomerang, el Planeta nos devuelve parte de la mierda, vomita el
exceso que no puede digerir, pero para qué nos vamos a preocupar, ¿va alguien a
ponerle remedio a esas tóxicas, peligrosas y cancerígenas pulverizaciones que a
diario se esparcen a la tierra, al agua y al aire? Claro, en el momento que
algún político mueva una pieza del tablero, la industria cancerígena pone el
grito en el cielo además de la mierda que ya reparte gratuitamente y comienza
el chantaje de los parados que quedarán en la calle. Díganle que sigan
produciendo, pero productos naturales que se demuestre no hagan daño al medio
ambiente ni a los seres vivos. Entre todos podemos hacer de este Planeta un
lugar para vivir bien otro abultado número de siglos, pero algunos sabiendo que
solo estarán por aquí, apenas uno, insensatamente han decidido ganar el máximo dinero
en sus cortas existencias físicas aunque el tinglado se caiga a pedazos.
En este tema como en todos los
demás, si dependemos de los intereses de unos y otros, estamos perdidos. Se
deben establecer unos principios, que sean los que no dañen la vida, entre
otros beneficios que se obtengan, y esa debe ser la verdadera regla del juego,
ya que tanto les gusta que se nombre la misma. Estamos haciendo mucho daño a
terceros y a nosotros mismos. Debemos aprender, tenemos que cambiar antes de
que las condiciones sean irreversibles. Los mercados tienen prisas para poner
nuevos productos en la calle, porque desean duplicar sus ventas. Se generan
cantidades ingentes de material inservible como resultado de la actividad
industrial. Nadie exige a las industrias que se haga cargo de su basura
industrial. Nadie pregunta qué va usted a hacer con su mierda, cómo la va a
hacer desaparecer sin provocar daño alguno. Ahora los Estados solo están
preocupados de girar un impuesto por los residuos que van a resultar de la
gestión industrial de tal o cual empresa, pero eso no remedia nada, el daño
está ahí, se va a producir, lo permiten.
La prisa por vender se ha de
tornar en procesos seguros y limpios. Los coches deben dejar de echar humos
mientras sean peligrosos para la salud de las personas. Lo mismo debe suceder
con los que salen por las miles de chimeneas o los colectores que la industria
tiene instalados en el país, vertiendo humos tóxicos, con partículas nocivas o
metales pesados. Si viviéramos en un mundo inteligente de seres inteligentes, y
no en uno diseñado a imagen de la avaricia de los más poderosos, primarían esos
aspectos y esos condicionamientos a los que hago alusión, pero manda el dinero
de algunos y no la salud de todos.
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