Hoy es domingo y recuerdo los
años anteriores, cuando en días tal como este, me sentaba a ver las
retransmisiones del campeonato del mundo de motociclismo. Era algo que me
gustaba y esperaba con cierto entusiasmo, pero como ya saben, este año esto ha
cambiado, si quieres ver las motos o lo haces a horas imposible, de madrugada,
tendrías que pasarte toda la noche en vela para ver las tres categorías o
tienes que ver televisión de pago.
Ha llegado el listo de turno y ha
impuesto la ley del negocio sobre la mesa, si quieres ver las carreras tienes
que hacerlo a través de algún canal de pago o te jodes. Claro, he optado por lo
segundo y se me ha olvidado que en años anteriores lo pasaba tan bien aquellas
mañanas de carreras. Era como un espacio sagrado, era una mañana muy especial
para mí, disfrutaba mucho y de verdad que lo había olvidado, pero hoy se me ha
venido a la cabeza.
Afortunadamente, soy persona que
no suelo apegarme a las cosas y mientras están las disfruto y cuando dejan de
estar las echo poco de menos. No obstante, hoy me he acordado de aquellos
buenos momentos, pero que sepan los de las teles de pago, que voy a seguir
viviendo sin pagarles teles y que cuanto más acoten el territorio, lo que van a
conseguir es que no haya tele en casa. Menos ruido, menos distracción y más
tiempo para emplearlo en otras cosas más importantes o útiles.
Hay tantas cosas que hacer, hay
tantos hobbies tan hermosos, que la tele solo resulta una distracción. Una
distracción que requiere mucho tiempo y que se le preste atención con todos los
sentidos, pues te resulta imposible hacer otra cosa mientras la ve y la escucha.
Las empresas se crean para dar un
servicio, pero sobre todo sus dueños tratan de ganar dinero dando el servicio.
Lo segundo es lo primero para casi todo el mundo y por supuesto, si pudieran ya
nos hubieran puesto un contador en la boda y en la nariz para cobrarnos el aire
que respiramos; a algunos les hubiera gustado y no quiero dar ideas, pero
todavía esta por ver que se inventen un argumento cutre, algo así como que el
recurso se está acabando y que hay que pagar por ello.
Una variante frecuente de cómo empezaba
el anterior párrafo, es que muchas empresas cobran sin llegar a dar el
servicio, pues aunque aparentemente lo hayan dado no lo hicieron, porque dar el
servicio no es hacerlo de cualquier forma, algo muy usual en la actualidad. Dar
un servicio tiene unas connotaciones añadidas de calidad tanto en la forma de
trabajar, acabado, como en perfección. Hay servicios y servicios, o sea que hay
cantidad de empresas haciendo chapuzas por su falta de profesionalidad y porque
ante ponen el euro a la satisfacción del cliente, lo que a medio y largo plazo
es un error absoluto. En el corto plazo, se mantienen del engaño de patas cortas,
aunque su forma de trabajar activa el boca a boca y a la larga les va a
perjudicar gravemente.
Muchas empresas tienen demasiada
prisa, atienden para salir del paso, no hacen un trabajo esmerado porque dicen
les afecta a sus costes o porque quieren atender a más clientes de los que su
infraestructura tiene capacidad de atender. Los trabajos garantizados de hecho
no de palabra, brillan por su ausencia. La vocación por el trabajo bien hecho y
el logro de alcanzar la satisfacción de los clientes, es de otros tiempos;
ahora solo quedó la afición por el dinero.
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