A veces dialogar se hace muy difícil,
diría que imposible con depende qué personas, pues no comprenden lo que la otra
persona ha expuesto, lo saca de contexto, ha interpretado algo como ofensivo,
se defiende o ataca, rompe el tono en el que se venía desenvolviendo la
conversación, siente que su “yo” le ha sido pisado y arremete contra todo.
Casi todo el tiempo estamos
jugando a parecer quienes no somos en el fondo, tratamos de mejorar nuestra
imagen al relacionarnos con otros, nos cuesta tanto mostrarnos como somos que
casi siempre ocultamos la realidad de lo que pensamos, diríamos o haríamos. No
soltamos el escudo, tras el cual nos cobijamos, para sentirnos falsamente a
salvo de peligros que pudieran venirnos del exterior. De esta forma, es
complicada la relación abierta, espontanea, humilde o sencilla, en su lugar
mostramos la fachada artificial que hemos fabricado con lo que creemos que nos
falta o de lo que más carecemos para engañarnos nosotros mismos en primer
lugar, y hacer algo similar con los demás con el objeto de caerles bien, darles
un aparente mejor perfil de nosotros.
La mayoría de las veces somos
así, sencillamente estamos actuando porque mostrarse como se es lo consideramos
ser vulnerables, que nos pueden hacer daño y preferimos o nos hemos
acostumbrados a jugar con “yo no soy tan superficial, tengo mi mundo interior,
etc.”, pero lo cierto es que andamos en la superficialidad casi siempre,
defendiendo o viviendo apartados que no tienen importancia, perdiéndonos en tonterías,
gastando energía en acciones intrascendentes o en verborrea interminable.
Deberíamos todos de cuidar mucho
más cuanto pensamos, hacemos o decimos, perder el miedo a ser nosotros mismos y
tratar de dejar al margen la obsoleta programación que nuestros educadores
implantaron según sus ideales. Llegar a ser coherentes con nosotros mismos,
referido a nuestro ser autentico e interior, este que tan olvidados tenemos y
que sin embargo nos podría conducir por este mundo con mayor sabiduría. Tenemos
que llegar a él y para ello debemos reflexionar tratando de interiorizar, de
mirar hacia nuestro interior, hacer el propósito de no seguir engañándonos a
nosotros ni a los demás, pasar más tiempo solos en una estancia tranquila, sin
ruidos, sin televisor ni radio, observando, sintiendo, esperando conocernos,
dejando que los pensamientos, sentimientos o emociones puedan manifestarse y
dejarlos marchar sin enredarnos en ellos. Es una actitud meditativa o de
contemplación de aquello que surge cuando estamos con nosotros, es comprender
nuestra responsabilidad como parte de la humanidad para llegar a cambiar.
Hay que disculparse ante los
demás porque somos impulsivos, porque a veces nos sale la programación, que no
somos nosotros, y nos la juega, esto nos pasa a todos por eso hemos de estar
atentos para que cada vez se repita con menor frecuencia. Debemos comprender
las acciones de los otros porque no son ellos, nuevamente es su programación,
pero cuando se llegue a comprender ya no vale decir: “Yo soy así, eso es lo que
hay y el que lo quiera bien y el que no lo quiera también”, porque quienes lo
dicen reafirman con soberbia una faceta de la programación, dan valor a algo
que no son ellos. En el fondo somos parecidos, solo energía, inteligencia y
amor, para mí lo único que somos, lo más hermoso y valioso, que cuando se sitúa
uno en lo que se es se vive el gozo, que llamo porque sí, que no depende de
nada exterior sino que emana del fondo de nosotros. Cuando existe la conexión,
cuando simplemente eres, se da el gozo, la lucidez mental y estás lleno de amor
dispuesto a ser compartido. ¡NO TE OLVIDES!
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