Días grises, sombras arrojadas
por la luz, contrastes de la existencia, subidas y bajadas, lucha, vuelta a
empezar, tener que direccionarse otra vez, porque no saber vivir ciertas cosas
te remueve, te aparta de tu centro, al menos el que ocupabas hasta ahora. Todo
esto nos está sucediendo constantemente pues las situaciones no siempre son las
deseadas, y sí las impuestas por otras personas. Estamos en un tira y afloja
donde interactuamos todos, y como cada cual tiene sus objetivos, sus intereses,
lo que cree mejor para sí, o tiene su sentido particular de lo que es justo;
aplica aquello que para él es considerado como correcto.
Es inevitable que ciertas
situaciones no sean bien entendidas, que nos demos respuestas cargadas de
tensión, que hayamos encuadrado injustamente a la otra persona, y que esta
clasificación nos impida funcionar de otro modo, pues está condicionando todo aquello
que tenga que interactuar con esa persona. Por eso, nos va como nos va, porque
actuamos de forma automática y nos cuesta mucho verlo, para modificar la
conducta inconsciente que se dispara ante ciertas condiciones.
Somos victimas de nuestra falta de
realidad y de nuestro exceso de interpretación o imaginación. Nuestra inquietud
mental se nos dispara, hace sus pensamientos, llega a sus conclusiones y
dispara todos los mecanismos de alerta del cuerpo, sin necesidad de que esto
tenga que suceder. Hacemos mal uso de un sistema defensivo de nuestro cuerpo,
se mezcla con la cotidianidad cuando está diseñado para ponernos a salvo en
situaciones límite.
Hay que volver, hay que parar,
hay que poner orden, tenemos que centrarnos de nuevo, somos quienes somos y
nadie nos está haciendo nada; somos nosotros los que nos provocamos todo lo que
estamos viviendo. Somos nosotros los que damos demasiada importancia a lo que
hacen o dicen los demás, y con ello conseguimos desequilibrarnos; tenemos que llegar a darnos cuenta de esto
para cambiar el chic, para no perdernos en la automatización de nuestras
respuestas y de nuestros actos. Esto tiene que estar bien claro, la diferencia
entre sentirse bien o mal es nuestra responsabilidad y nunca es del otro. El
dominio de nosotros es solo nuestro porque lo que esté sucediendo afuera, no
nos puede afectar si nosotros no lo magnificamos, que es lo que solemos hacer.
La decisión es ya, en el acto, aquí
y ahora, pongo fin a esta tontería mental, a este despiste y vuelvo a ser yo.
Debemos hacerlo así tras comprender lo expuesto, y ver que hemos llegado a
donde estamos por nuestra forma de actuar, por lo que somos los únicos
responsables de lo que vivimos, mejor dicho, de cómo lo vivimos. Esto lo
podemos modificar a partir de ahora, los demás siempre van a hacer cosas, las
que mejor le parecen, y no siempre van a decir o hacer lo que a nosotros nos
parece lo mejor. Debemos tener muy claro que esto va a ser siempre así, este es
el comienzo para el cambio, ¿vamos a estar toda la vida desgastándonos?
Siempre vamos a encontrarnos con
personas que ocupan puestos de poder en el contexto de que se trate, y si nos
interesa percibir la compensación de aquel contexto, tenemos que saber convivir
con la autoridad de aquellas personas. Sus decisiones, como hemos venido
diciendo, no siempre serán del agrado de los que las tienen que acatar, y esto
va a suceder siempre.
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