Corren tiempos en los que se ha
perdido el gusto por la excelencia y la calidad, se presta atención a ciertos
otros aspectos tales como: la rapidez, las ganancias, el volumen de ventas y de
producción, el colgarse medallas, la hipocresía, etc. Se ha perdido el placer
de hacer un buen trabajo, de ser cuidadoso y servicial, de fabricar o hacer las
tareas con calidad, porque la globalidad y la competitividad están minando las mentes
de aquellos, que solo viven para hacer negocios del tipo que sean, sin reparar
en sus consecuencias.
Se siente el atropello, la
sensación de que tus superiores te arrollan, como si tuvieran estos la creencia
de que de no ser así, estarías perdiendo el tiempo y su dinero. Te empujan, te
exigen y dejas de disfrutar de lo que haces, no te puedes recrear, casi no
tienes tiempo de repasar, de corregir o perfeccionar; eso casi se ha perdido.
Es entonces cuando se ven cantidad de productos con defectos, con erratas, es
cuando se aprecia que no existe el control de calidad, que los productos no se
han diseñado o fabricado adecuadamente, que hay errores porque nadie los ha
revisado antes de ponerlos en circulación, esto es muy habitual.
Los jefes no se fían de la
responsabilidad de los trabajadores y de que estos estén lo suficientemente
involucrados en el proyecto o la empresa, a su vez los trabajadores no se
sienten bien tratados por el empresario, no se sienten valorados, ni siquiera
considerados, así que trabajan por el salario y ni las políticas empresariales
ayudan, ni tampoco lo hace la actitud de los trabajadores. Todo ello repercute
en las calidades, en la fidelización de los clientes hacia los productos de tal
o cual marca, favorecen el descenso de las ventas y la obtención de una menor
cifra de negocios, por consiguiente se consiguen menos beneficios.
Ni los empresarios se satisfacen
con el rendimiento de sus empresas, ni los trabajadores se sienten orgulloso de
ser sus empleados, ni los clientes compran productos que les resulten fiables y
de calidad. No se puede tener como único o más importante objetivo empresarial,
la cuenta de resultado porque todos esperamos algo más que prisas, tensiones,
que no te dejen trabajar, que no se pueda aplicar una política de calidad con
la que conseguir fabricados, del tipo que sea, cuidados, bien proyectados,
fabricados, construidos o realizados pensando en la satisfacción de los
clientes y no en la cuenta corriente de los empresarios.
Hay que retomar desde el
principio el tema empresario y trabajador, restaurando las bases de la relación
entre ambos, rompiendo ya el tópico de que una obligación del empresario sea
hacer trabajar al máximo, a veces en condiciones no muy humanas, por el sueldo
mínimo que la ley le permita o que el trabajador, por falta de ofertas de
empleo, tenga que aceptar. Igualmente, hay que acercar posturas en cuanto a la
distancia y desconfianza entre ambos. El empresario ha de empezar a ver al
trabajador como su medio para conseguir sus logros y viceversa. El empresario
ha de comprender que los trabajadores le son necesarios y ha de cuidarlos, por
su lado los trabajadores han de ver al empresario no como un enemigo, en
definitiva que se necesitan mutuamente y que el éxito de cada parte no va a ser
posible sin la cooperación de la contraria. Hay que acercarse al concepto de
trabajo, que los japoneses iniciaron allá por los años 50 y 60 en sus empresas, donde el
trabajador se encontraba integrado y considerado en la empresa y, por sus
jefes. La dirección consultaba a los trabajadores con el deseo de optimizar los
procesos, como medio de ser competitivos y de ofrecer una mayor calidad que produjera
satisfacción a sus clientes.
Muchos pensarán que en estos
momentos de crisis es dificilísimo acometer una reestructuración de este tipo,
pero tal vez sean los mejores tiempos para llevarla a cabo.
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