Dice un dicho
que nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, esto es lo que viene
sucediendo con la enfermedad del ébola. África la padece desde hace cuarenta
años, pero nos quedaba lejos, estaba lejos de cualquier otro país próspero y
parecía que no había que preocuparse. Nadie hacía nada para remediarlo porque
los que se morían eran otros, nadie investigaba porque los que padecían la
enfermedad eran pobres y no iban a vender los remedios. En definitiva, no había
negocio que es el motor de las grandes compañías y en este caso de las del
medicamento.
Estando en
esas condiciones precarias, frente a esa mortal enfermedad, se le ocurre a Rajoy
permitir la repatriación de los religiosos infectados, poniendo en peligro la
salud de los españoles. ¿Por qué no se ha trasladado un equipo de especialistas
en enfermedades infecciosas a África para atenderles?, o bien no hay tal equipo
o bien no se sabía que hacer con ellos, es fácil que no hubiera ni lo uno ni lo
otro porque como se creía que nunca nos iba a tocar.
Han apostado
tanto por la globalización mundial, que ahí lo tenemos, todo es para todos. Así
que espabilamos o vamos a caer como moscas, pero lo lamentable es que la vida
de los negritos, dicho con todo el cariño, se ha considerado desde siempre,
como menos valiosa; allí en aquellas tierras baldías, calurosas e insalubres,
hay una población de personas, como nosotros, que llevamos años viendo como se
las comen las moscas, como beben aguas contaminadas, como perecen de hambre y
atacados por enfermedades como el cólera, el sida o el ébola. Por otro lado, enfermedades
de dudoso origen y de las que se ha escuchado de todo, que si es una
propagación a propósito para experimentar, que si la transmiten los monos, etc.
Sea como sea, se las quedaron y llevan años sufriéndolas sin que la comunidad
mundial mueva un dedo, salvo la acción de médicos sin fronteras y otras ONGs,
que con pocos recursos tratan de paliar cuanto pueden.
Ahora la
decisión inconsciente de nuestro presidente pone en jaque a la población
española. Se han infectado personas de aquí porque se atrevieron a ayudar y
cuidar a los religiosos enfermos. Personas a las que se les paga sus servicios
casi con insultos y culpándoles de haberse contagiado, cuando los culpables son
las autoridades que han permitido y ordenado la repatriación de aquellos
enfermos. Una vez más hacen uso del famoso dicho: “No hay mejor defensa que un
ataque” y les ha faltado tiempo para culpar a la pobre enfermera moribunda, le
han cargado con toda la responsabilidad mientras se debate entre la vida y la
muerte por una acción voluntaria suya, que nadie valora en su justa medida.
Arriesgó su vida por ayudar a otros en un acto de profesionalidad que le honra
y le puede costar la vida, la suya propia.
Este gobierno
es paupérrimo, terrible, de lo peorcito que he conocido en mis cincuenta y
cinco años de edad. Incapaz de gobernar, desconsiderado y corrupto.
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