A veces me
pregunto qué sentido tiene la vida y otras veces lo he preguntado a otros. ¿Se
han hecho ustedes esta pregunta? Creo que como seres inteligentes, con
capacidad para la reflexión y tal vez por algún interés personal, pensamos que
la vida debe de tener un sentido más profundo que el propio de levantarse
temprano, hacer mucho de lo que uno no quiere hacer, comer y dormir.
Nos interesa
suponer que la vida es más, que la vida se prolonga más allá de los embrollos
cotidianos, que no solo es esta superficialidad de a diario. Es posible que así
sea, quién lo sabe, pero por lo pronto, muchos solo podemos someternos a
nuestras obligaciones empujados por las necesidades más primarias y perentorias:
comer, tener un techo para cobijarnos, un baño y agua caliente para asearnos,
electricidad para tener luz y calor cuando son necesarios. Hay una familia
detrás con la que hemos adquirido compromisos y esto nos hace “esclavos” de
nuestras ocupaciones.
Es un acto de
valentía y libertad romper con todo, pero, igualmente, es un acto de cobardía y
de desaprensión abandonar a los tuyos en la estacada, no podemos hacerlo,
bueno, no debemos hacerlo. Debemos aprender a conjugar nuestros sentimientos y
nuestros anhelos con paciencia y
prudencia, sin impulsos viscerales que nos conduzcan a la ceguera o al fanatismo.
Hay que dar pequeños pasos hacia el destino deseado, arrimando o acercando lo
uno a lo otro, aproximándolos y estando nosotros presentes.
Volvamos a
preguntarnos qué es la vida, qué sentido tiene, qué tenemos nosotros que hacer
aquí, cuál es nuestra misión si hay alguna misión especifica para nosotros. No
nos cansemos de preguntarnos, hay personas que han vivido de un modo diferente, que parecen
haber alcanzado la paz interior imperturbable, el amor con letras mayúsculas,
desinteresado e igual hacia todos los demás. ¿Son excepciones o nos muestran
una capacidad humana a la que no atendemos? Hay que vivir atentos, hay que
cuidar las formas y sobre todo el fondo. Las formas para poder llegar a modelar
el fondo, para poder llegar a contactar con el fondo, con lo que somos en lo
profundo. Es como acertar a descubrir quién es el que está leyendo, el que está
mirando, el que está escuchando; quién es el que hace esto o aquello, de dónde
procede lo que hago, lo que se o lo que intuyo, quién soy.
Este texto filosófico,
esta reflexión puede sonar a chino en el intelecto de algunas personas, pero
tal vez es el tarareo que de pie a otros en la composición de su melodía.
Alguien un día me ofreció el tarareo y la melodía entreabrió la puerta de una
profundidad mágica, mística si quieres, como mejor la entiendas, que me hizo
ver que lo que vivo a diario es “pobre” comparado con todo el esplendor o
plenitud que es capaz de aportar la conexión con aquello que se encuentra tras
la puerta. Lo mundano y lo profundo se distancia por el filo de una navaja, en
cuanto estás en disposición pasas, entras y comprendes que hay algo
maravilloso, que poseemos otras facultades, que estamos preparados para vivir
mucho más plenamente y conscientemente. Comprendes que esto es una “locura”,
tal vez necesaria, pero que nada o poco tiene que ver con aquello. De momento,
no sabemos qué hacer, ¿verdad?, tengamos la certeza, al menos, de su existencia
y ¡ojala! un día cercano nos instalemos en ese, nuestro centro, para siempre.
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