El otro día
entrevistaron al profesor Cesar Bona, que está nominado para el certamen de
mejor profesor del mundo y me emocioné. Me emociono cuando se hace un
reconocimiento de los méritos o cualidades de alguien. Considero de gran
importancia poseerlos y si además hay quien se para a comprender la utilidad de
dichas cualidades, me mueve algo interiormente que me emociona
impresionantemente, seré tonto.
Este profesor
tenía sus propias estrategias con las que involucrar a todos los alumnos,
incluso aquellos que no mostraban buena disposición para aprender, él hacía que
se motivaran, que quisieran seguir el ritmo, que quisieran participar. Lo hacía
con cortometrajes, con obras de teatro en las que se estaban aprendiendo cosas
al mismo que se estaba representando y los niños se prestaban con gran alegría,
como mostraban las imágenes de aquellas escenificaciones.
Los métodos
eran amplios y diversos, desde dejar a un lado los libros de textos, hasta
hablar desde lo alto de las mesas para dar seguridad a los niños, como cantar y
bailar, pero sobre todo dejó bien claro que todo su propósito era que los
chicos estuvieran integrados socialmente y se formaran como personas. Mucho hincapié
puso en esto, él decía que para nada valoraba que los alumnos solo pasaran por
un curso como si aquello fuera una carrera de vallas, saltando, que sería el
símil de ir aprobando o sacando buenas notas y mucho menos estaba de acuerdo
con que sus clases se convirtieran en una competición por las calificaciones. Él
daba prioridad al individuo, a su integridad como persona y se la daba porque,
como él decía, podía estar formando a un futuro alto cargo, a un futuro
presidente del gobierno, etc.
La vocación de
aquel señor me pareció apabullante, había sido destinado, con anterioridad a su
actual puesto de trabajo, a un centro escolar de un pueblo con tan solo 200
habitantes y con solo cinco o seis alumnos, pero comentaba que lo que le
parecía más desagradable cuando llegó, es que vio que entre los alumnos, que
eran tan pocos, no existía unión alguna e ideó la realización de una película
muda, que rompió aquel estado de dispersión o alejamiento que había entre los
alumnos. Además por aquel entonces, le fue concedido un premio por algunos de
sus trabajos de unos veinte mil euros y los empleó en crear una biblioteca en
aquel colegio y en la compra de ordenadores para el centro escolar; algo que
impidió el cierre de ese colegio, al que tan pocos alumnos acudían.
Ejemplos de
personas como esta, deberían llenar los centros escolares para que fueran
consultados, al menos, como él decía, cuando los políticos decidieran un cambio
en los planes de estudios. De la Ley Wert no se quedaría con nada, según respondió
a la persona que le entrevistaba, así están las cosas en educación en nuestro
país. Parece que no es un acierto la competitividad por la excelencia, hay
otros métodos que ayudan a conseguir mejores personas y mejores alumnos.
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