Imagen: updatemexico.com
Ya lo dijo el
personaje interpretado por Tom Hanks: “La vida es como una caja de bombones, nunca
sabes qué te va a tocar”. Ahora se nos ha venido encima, provocado o
casualmente, algo que nunca se sabrá, toda esta historia de drama y desasosiego
con la que nos han cambiado el paso a casi todos los ciudadanos del mundo. Nos
han dicho que cada uno a su casa y el coronavirus a la de todos, cuando antes
lo que se decía es: Cada uno en su casa y Dios en la de todos. Quisiera, sin
herir, hacer una pregunta a los fervorosos creyentes: Cómo explican que el
todopoderoso permita tal drama de sufrimiento y muerte para la población
mundial. Seguramente, echarán mano de la explicación religiosa de toda la vida:
por el sufrimiento se purifica el alma o se eleva el ser humano… ¡venga a
autoflagelarse!, hagámonos daño, convirtámonos en masoquistas, a ver si nos
elevamos de una vez por todas y dejamos toda esta miseria de intereses y maldad
allá abajo. Abramos los ojos y démonos cuenta de que estamos solos con nosotros
mismos, que ante los grandes problemas no hay baritas mágicas, no hay mano
divina que nos salve milagrosamente, estamos cada uno con sus circunstancias
como dijo Ortega y Gasset. Que te coge mejor, pues tira para delante, continúa,
de lo contrario todo se empeora, te ataca el bicho y no tiene las suficientes
armas naturales de tu cuerpo para combatirlo y, quizás, te mueras, cogiste el
bombón envenenado, te tocó. Tal vez la palman todos aquellos que hasta ahora se
pasaban la vida diciendo: de algo hay que morir. Pronunciaban dicha frase para
permitirse todos los placeres que se les antojaban, aunque fueran nefastos para
su salud. Esto no es gratuito, lo digo porque los médicos dicen que haber
cuidado el cuerpo es fundamental a la hora de que este luche contra el bichito.
Espero que el
bichito se aburra de nosotros y nos deje tranquilos para no tener que seguir
eligiendo qué bombón nos comemos, así evitaremos coger los que están rellenos
de cicuta. Además, espero lo haga pronto para que no haya criaturas que tengan
que seguir haciendo maratones en los pisos, primero por el mareo que debe
suponer recorrer cuarenta y dos kilómetros en el salón dando vueltas a la mesa
central y, segundo, por lo que supone los millares de zancadas en el piso de
abajo a sus vecinos… ¡hala, ya está nuestro vecino entrenando o huyendo de los
virus!
Quiero que el
bichito se harte y podamos volver a la normalidad de nuestras rutinas
laborales, de paseos por las calles y de bicis y patinetes a los carriles destinados
para ellos. Me gustarán menos los coches, los embotellamientos, las prisas, la
tensión de las maniobras peligrosas que hacen algunos y, por supuesto, lo que
menos me gustará es volver a respirar aire viciado, lleno de monóxido de
carbono y otras sustancias nocivas. Quiero que volvamos a la normalidad para
evitar que más gente pierda su empleo, pues antes de esta epidemia aún no
habíamos conseguido trabajar todos los que queríamos hacerlo… ahora menos,
ahora es más complicado. Pero, claro, lo que yo quiera no tiene importancia en
un mundo que cuatro se lo han apropiado y dicen cómo hay que hacer las cosas,
al menos sitúan el límite por debajo y por encima, a lo demás es a lo que le
llamamos libertad de acción, al movernos entre aquellos límites fijados por los
poderosos.
Si el bichito
procede o surgió de la pobreza extrema, de la inmundicia o de ese mundo en el
que no se puede vivir, al menos espero que sea una lección que no olvidemos
para que tengamos presente al resto de los habitantes de la tierra y no
marginemos a ninguno. Que sepamos que debemos caminar todos, más o menos, en
unas condiciones dignas de vida para que no vuelva a suceder, para que no nos
ocasionemos lo que no teníamos. Espero que cuando remontemos, pongamos entre
todos los medios para que esa marginación evite alimentarse de manera que ponga
a toda la humanidad en peligro, si es que esto procede de comer tal o cual
animal no comestible o no inspeccionado por autoridades sanitarias. Aportemos
de una vez por todas: maquinaria, técnicas y ayuda a los más desfavorecidos.
Inventemos un mundo en el que podamos vivir todos muy bien, seamos felices y
vivamos con lo necesario. Si hace falta, acabemos con los dineros, el dinero no
es imprescindible, solo el compromiso por la humanidad de seguir haciendo cada
uno lo que hace hasta ahora como aportación al bienestar general, para que se
siga fabricando, produciendo, recolectando, etc. de todo y con nuestra colaboración
en el sistema, podamos tener, comedidamente, todo lo que nos haga falta. Un
mundo así es posible, en mi mente lo es, nadie sale perdiendo, todos salimos
ganando.
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