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Ahí anda el
presidente de la Junta de Andalucía luchando para que este año no haya paso del
Estrecho, o sea, que no tengamos que soportar el intenso flujo de coches de
emigrantes africanos que en verano retornan a sus países de origen para pasar
las vacaciones. Es miedo al contagio por coronavirus, que tal flujo de gente
atravesando nuestra región, pudiera extender por el territorio. Esto no estaría
mal, si al mismo tiempo se hiciera igual oposición a recibir un número igual o
superior de turistas, igualmente procedentes de Europa y otras partes del
mundo, pero ¿quién es el guapo que lo dice abiertamente?
Molesta tener
en nuestra región a personas en tránsito hacia sus países, pero ni molesta ni
resultan factores de propagación del contagio, los que vienen a veranear o a
saltar de una provincia a otra, de ciudad en ciudad, de monumento en monumento,
o de camping en camping. Una cosa es el negocio del turismo… ¡sagrado!, y otra
cosa bien distinta es el trabajador pobre que no hace uso de un restaurante o
de un hotel, que hace el esfuerzo de cruzar España en el día y come en
cualquier área de descanso, de lo que trae preparado en el tupperware. El pobre,
a los ojos de los hipócritas políticos, siempre representa una rémora para el
progreso del país. No deja dinero, no se puede hacer negocio con él. Si el
señorito Bonilla no los quiere en tierra andaluza, que les pague de su bolsillo
un puente aéreo para que vayan desde Francia, Bélgica, Holanda o Alemania
directamente a Marruecos, Libia, Túnez, Algeria, o donde quiera que vaya esa
pobre gente.
Este mundo es
una auténtica vergüenza porque sus dirigentes hacen que lo sea. Son ellos los
que con sus normas al margen de los deseos de la ciudadanía, que nunca es
consultada, han convertido el mundo en una gran cloaca en el que unos se hacen
ricos a costa de otros que son explotados. Son ellos los que permiten que la
droga fluya por todas partes. Muchas autoridades y altos cargos suelen
incorporar en sus vidas todo aquello que dicen combatir, o a lo que nunca dan
solución: drogas, prostitución, paraísos fiscales, blanqueo de dinero, guerras,
invasiones, destrucción, empobrecimiento, desempleo, privatización, etc., ¡son
verdaderos hipócritas!
Un ejemplo
reciente ha sucedido en la Comunidad de Madrid, donde su gobierno firmó una
orden para que en el momento álgido de la pandemia no se hospitalizara a los
mayores residentes en centros de mayores, y los pobres comenzaron a contagiarse
y a morir en soledad sin ser atendidos, porque dicha orden del Gobierno
madrileño les impedía ser atendido en los centros hospitalarios. Cuando esto ha
salido a la luz, no se le ha ocurrido a su presidenta Ayuso algo mejor que
argumentar que era un borrador, firmado y enviado a todos los centros de salud
para que no se remitieran personas mayores a los hospitales, según Ayuso, fue
un error. Un Error que ha terminado injustamente con la vida de miles de
personas que de haber sido atendidos adecuadamente, tal vez, hubieran podido
curarse. Otra justificación hipócrita y cobarde, porque es una cualidad de
nuestros políticos, tiran la piedra y siempre esconden la mano, ellos nunca han
sido, nunca asumen responsabilidades de sus tropelías, jamás reconocen públicamente
que lo hicieron mal y dimiten. El verbo dimitir nuestros políticos no lo saben
conjugar. Lo diré otra vez… ¡son verdaderos hipócritas!
Aquí todos son
de algún palo, y eso es lo malo, que por salvar a su palo hacen lo imposible aunque
aquello se convierta en surrealista. En ese mismo afán por resaltar como bueno
lo suyo y malo lo de los otros, mantienen una lucha fratricida de embustes,
acusaciones e hipocresía. Cuando lleguen a ser inteligentes, se darán cuenta
que para hacer algo por la humanidad no se necesita estar encasillado en los
rojos, en los verdes, en los azules, en los morados o en los naranjas… solo hay
que ser más humanos, más íntegros, más honestos, no dejarse comprar y no perder
de vista el objetivo principal: hacer cuanto haya que hacer para mejorar la
vida de la ciudadanía sin marginar a nadie, tendiendo a la igualdad social, que
no de pensamiento, que cada cual tenga los suyos propios, como debe ser, pero que
sean suyos, no impuestos ni programados.
Hasta que no
salgan del agujero negro de la corrupción política-económica, y comprendan que
hay que colaborar con los demás, de igual a igual, sin luchas de poder y con el
solo deseo de proponer mejores soluciones, y ayudar a conseguir los mejores
resultados para la ciudadanía, seguiremos en el barro pantanoso, en las tierras
movedizas que engulle personas y escupe ogros avaros y codiciosos.
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