Nacemos y nos introducen en la
senda de la educación, porque para convivir necesitamos saber ciertas cosas, y
actuar de un cierto modo. Nuestro desconocimiento en los primeros años nos hace
a la vista de los mayores: incordiantes, impertinentes, y otras veces unos
payasetes que les hacen sonreír.
La senda de la educación choca
con nuestro carácter libre, pues nada tiene para nosotros la importancia o
valoración, que tiene para nuestros mayores. No obstante la corrección, más o
menos tenaz de nuestros educadores, los castigos como: los cates en el culo,
las formas airadas de reñir o los desprecios, cuando dicen si haces eso no te
voy a querer, o eres un niño malo, etc., te llevan poco a poco, a la fuerza, a
la senda prevista de la llamada educación.
De seguida llega la segunda etapa
civilizadora cuando nos encierran en habitaciones junto a otros muchos niños, y
nos llevamos horas sentados mientras algún desconocido nos habla de signos
ajenos a nosotros, mientras nosotros solo queremos volver a estar con nuestras
madres, a pesar de no entender porque nos han dejado en aquel lugar, lo que nos
arranca muchas lagrimas en los primeros días de nuestra experiencia escolar.
Acabamos de salir de la zona de
confort para comenzar a vivir de una forma que no entendemos, con unas normas
que son contrarias a nuestra natural forma de aprender experimentando. Debemos
permanecer quietos, callados, atentos y en ocasiones soportando las bromas o
las insolencias de otros pequeños como nosotros.
No dudo de los conocimientos de
los inventores de todo ese tinglado, quién soy yo para ponerlo en valoración,
pero todos lo hemos sufrido y a todos nos ha costado adaptarnos, hasta que esta
alteración se convirtió en norma o rutina en nuestras vidas. La gente crece, y
salvo excepciones, la formación se soporta, pero no es un placer para casi
nadie, algo falla, las vías no han de ser las adecuadas, el fracaso escolar
está presente en cada generación porque el sistema poco cambia y los métodos
son similares. Alguien lo estableció hace miles de años, tal vez los romanos o
los griegos, entre los que destacaron grandes eruditos, pero se han mantenido
las rigideces de las clases magistrales, donde el maestro hablaba y los
alumnos, quietecitos, escuchaban.
El fracaso escolar, la gente
yendo a clase casi por obligación, de hecho hay un tramo de la formación que se
denomina: Enseñanza Secundaria Obligatoria (E.S.O.), lo que no ha logrado el
sistema es enchufar a los chavales, despertarle el interés por aprender, que
sientan la curiosidad y el deseo de aprender, y por ende de ir al centro de
formación cada día con ganas y placenteramente.
Lo que ha omitido el sistema de
formación y los dirigentes políticos, en general la comunidad educativa, es el
ser de cada uno de los alumnos, el desarrollo paralelo y necesario del ser
profundo de cada individuo. Esto hace que se rompa el equilibrio natural de la
persona y se propicie el abandono y la dejadez o desinterés del alumnado. Nada
debería haber supuesto un obstáculo en el desarrollo del ser humano, de las
capacidades y valores que cada cual somos capaces de hacer crecer para el bien
del conjunto de la humanidad, y por tanto para uno mismo. Este aspecto queda al
margen del proceso de computerización del niño, al cual se le meten datos para
que en su mayoría se aprendan de memoria, en muchos casos sin comprensión, y en
otros muchos sin que tenga una utilidad futura, pero está programado ese
contenido, y curso tras curso, se somete al alumnado al proceso de exigencia
neuronal, sin mirar más.
Además de lo expuesto, y sin duda
alguna de que estamos en diferentes estadíos de desarrollo, se fijan pruebas,
exámenes, para comprobar el progreso, para valorar la memoria de los alumnos en
muchos casos, y se somete a momentos de tensión y miedo al alumnado, que teme
el fracaso, las notas bajas, y tener que ver a su padres malhumorados ante el
boletín de calificaciones que tienen que firmar.
Aquí está fallando algo, pues de
lo contrario, los resultados serían otros, y los que tienen la potestad para
ello no consiguen del sistema formativo, por un lado, que se convierta en el “juego”
preferido de los chavales, y por otro lado no respeta ni integra el desarrollo
natural del ser profundo de cada individuo.
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