Tal día como hoy, hace cincuenta
y ocho años, tuve la ocurrencia de asomar la nariz, nunca mejor dicho, a este
mundo… y me encontré la tostada. De pequeño no te das cuenta… ¡mira que guapo
es el niño!, no van a decir otra cosa los amigos, familiares y conocidos de mis
padres. Supongo que desfilaban por la casa, pues nací en ella, a mi nunca me
han ido los médicos ni los hospitales, las agujas, las vacunas y todas esas
cosas sintéticas de laboratorio. Recuerdo que me asomé y no conocía a nadie…
¡joder, estos son unas piernas… serán las de mi madre!, ¿quién es esa señora
que tira de mi cabeza y de mis hombros?, ¡bruta… que me haces daño!, la tía no
deja de tirar, ¿qué se habrá creído? ¡Eh, me siento aprisionado! no sé qué
será, pero esto me queda demasiado ajustado. La señora trata de dar ánimos a la
mujer que grita… le dice: ¡empuja Marujita!, y entre gritos y líquidos
sanguinolentos parece que me voy deslizando, no sin grandes esfuerzos de todos
los presentes, pues creo que estoy atorado.
Un señor entra y sale, se le ve
un tanto nervioso. Pregunta a la señora que está tirando de mí: ¿cómo va la
cosa? No se preocupe todo va a ir bien, su señora es joven y fuerte… seguro que
el niño lo tendremos fuera enseguida. Pero no fue así, yo ya me di cuenta que
solo eran tres personas, ¡ah! también había una señora mayor, vestida de negro,
delgada y con el pelo cano recogido en un moño, que parecía sufría por la tal
Marujita. El hombre vuelve a abrir la puerta, da pasos nerviosos y con la misma
actitud pregunta si ya he nacido. – ¡Bernardo, cálmese! – dijo aquella señora.
Fue entonces cuando la mujer mayor del vestido negro y el moño cano le dijo: “Bernardo,
porque no sales a buscar al Nene, que hoy está tardando, la niña de parto y
este hombre sin saber nada”.
Como iba diciendo, eran cuatro
personas y parecían todos nerviosos o desencajados, así que pensé que era mejor
volver a entrar, que afuera no se debía vivir tan bien como adentro. En aquel
momento volvieron a tirar de mí, al tiempo que un gran impulso empujó mis
piernas hacia el exterior. Resbalé definitivamente, aquella fuerza me lanzó, estaba
desnudo y embadurnado de una pringue que cubría casi la totalidad de mi piel.
¿Pero, por Dios, este menjunje, qué es? De seguida me rodearon con toallas,
para secarme el agua templada con la que previamente me asearon. Todavía estaba
conectado a mi madre por una especie de tubo que salía de mi barriga, ¡yo
estaba bien!, hasta que la estúpida de aquella señora que no dejaba de darme
vueltas y hacerme cosas, acercó unas tijeras y comencé a asfixiarme… no podía
tomar aire, no sabía respirar. Me puso de lado y me golpeo el cachete del culo…
¡será la tía!, ¿por qué me atiza ahora? Llevo un minuto con vosotros y ya me estáis
zurrando, ¿esto de qué va?
Yo sabía que esto de asomar la
nariz de repente un 23 de Noviembre, no sería buen invento. Irrumpí con un gran
grito que se debió oír en la tienda de comestibles de Jacinto, porque la de
Manolito quedaba un poco apartada. ¡El niño tiene buenos pulmones! – apostilló la
señora que me había ayudado a salir. En aquel instante, el señor nervioso
volvió a abrir la puerta, me miró y me abrazó, después miró a la mujer de la
que salí y la besó, al tiempo que ambos se deshacían en llantos de felicidad.
Colorín, colorado, vaya la que he
montado para decirte que es mi cumpleaños.
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