Una vez más hay que cargar las
tintas sobre el mismo asunto, la dejadez por parte de las autoridades sobre el
control de lo que comemos y bebemos. Cada día entran en nuestros cuerpos
cantidad de sustancias sintetizadas en el laboratorio, que son ajenas a
nuestros cuerpos y que cada una de ellas produce daños a su manera,
perjudicando, por lo general, el funcionamiento de nuestros órganos y dando
lugar a alergias, mucosidad, sobrepeso, diabetes, etc. Esto no parece alarmar a
ninguna autoridad puesto que se sigue permitiendo que haya una variedad de
productos alimenticios, a los que se les añade múltiples componentes
artificiales, dañinos para la salud, con el fin de que dichos productos puedan
exhibirse en las vitrinas de las tiendas y supermercados por más tiempo, sin
que se vean deteriorados, con moho o se pongan verdes, y parezcan estar en
buenas condiciones de consumo.
Con los medicamentos sucede otro
tanto, su origen puede estar en las propiedades de tal o cual planta, pero los
principios de las plantas no pueden patentarse. Sin embargo, si se consigue
sintetizar químicamente en el laboratorio, esa sustancia artificial y
perjudicial para el cuerpo, si se puede patentar y conseguir grandes beneficios
por ello. Es entonces cuando nadie se mete con las farmacéuticas y, por
supuesto, nadie controla esa cantidad de efectos secundarios que se originan al
ingerir esas sustancias químicas, ajenas a nuestro cuerpo. Salen al mercado y
los médicos los recetan, cuando tenemos los principios activos naturales en las
plantas, que actuarían sin producir efectos secundarios y curarían de un modo
mucho más efectivo. Pero este extremo no parece importarle a nadie, porque el
sistema sanitario mundial está arrodillado ante las grandes potencias de la
farmacología.
Estamos solos ante el peligro de
la industria alimentaria mundial que atiborra sus productos de venenos. Ante la
potente industria de las medicinas que, igualmente, nos sirven venenos, y como mediadores
tenemos a unos políticos que deberían estar velando por la salud del pueblo,
pero que igualmente está comprado por el poder monetario de ambas industrias.
Nadie nos defiende, sino que más bien cuando hay voces que ponen en evidencia
esos métodos salvajes que destruyen la vida, nos hacen enfermar, o se presentan
remedios efectivos naturales y totalmente opuestos a la línea asesina de
algunos, te mandan sicarios amenazándote, te amargan la vida con denuncias o te
quitan de en medio directamente, como ya le ha sucedido a cantidad de personas
que han pretendido luchar por una vida más sana y natural.
Las estanterías de los
supermercados están llenas de productos basura, de comida basura, de venenos
que nos hacen enfermar por lo que comemos. Después vamos al médico y para
paliar los efectos de lo que comemos, nos recetan sustancias químicas que ocultan
los síntomas sin llegar a curar, pero produciéndonos a la larga otras
enfermedades debido a los efectos secundarios de las sustancias artificiales
que vamos tomando. Una vez iniciado esto no se puede salir de la cadena, la
gente se va haciendo mayor estando enferma y tomando varios medicamentos. Así
vive casi toda la gente, con una salud débil y dependiente de varios fármacos.
Algo que es fácil de revertir si se sirven alimentos no envenenados, ecológicos,
y el agua saliera pura por nuestros grifos; así como que el sistema oficial de
salud se abriera a todas las terapias que conducen al ser humano hacia el
estado de preservación de la salud por medios naturales. Ya de por sí, el
cuerpo, es sabio y conoce lo que ha de hacer para conservar la salud. Nuestros
cuerpos saben sanar solos, si les permitimos vivir ingiriendo alimentos sanos,
bebiendo un agua pura, haciendo un poco de ejercicio y teniendo un estilo de
vida relajado. Para ayudarle, tenemos en primer lugar a las plantas y por
último otras técnicas más invasivas y agresivas que nos pueden hacer falta en
momentos determinados. Antes de llegar a ello hay cantidad de terapias nada
agresivas de las que no quiere saber nada la OMS (Organización Mundial de la
Salud) porque se lo prohíbe la potente industria farmacéutica, sin embargo, son
utilizadas en cantidad de clínicas privadas y exclusivas donde curan
enfermedades imposibles a celebridades y personas de alto poder adquisitivo. La
salud está al servicio del dinero y no al servicio del pueblo.
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