Miro para atrás y veo una
infancia y una adolescencia que se fue, está en algún lado de mí, recuerdo
cosas, pero sobre todo, recuerdo a amigos, personas con las que he compartido
todo tipo de vivencias y situaciones. Les recuerdo como partes importantes de mí,
en unos momentos en los que existía la escuela como obligación y el juego como
diversión, un juego en los que siempre estaban mis amigos. Cuanto más pequeño
era, los amigos son, a su vez, mis vecinos, vivían en las casas próximas, en
los pisos de al lado, en el mismo tramo de calle, nuestros padres se conocían
de toda la vida, porque antes la gente no se mudaba con la frecuencia que lo
hace ahora. Además, los vecinos eran personas que estaban ahí para lo que se
pudiera necesitar, había más solidaridad, había más comunicación, compartían
las sentadas a la puerta de la casa, en la calle, las charlas en verano hasta
bien entrada la noche, casi la madrugada. Muchas casas tenían un patio común y
todos los vecinos nos veíamos y nos saludábamos, ahora, a veces, se comparte un
mismo ascensor casi sin dirigirse la palabra. En muchas otras ocasiones, hay
vecinos que no conocen al resto de las personas que viven en su mismo bloque de
pisos.
En este momento, recuerdo a mis
amigos, sobretodo, a los de la infancia, con los que compartí todos los juegos
que se conocían: soldados e indios, con aquellos muñecos de plástico, a veces
monocolores, a veces a todo color, fusil en mano muchos de ellos… la infantería
de uno y otro bando; otros, montados a caballo. Los soldados, de azul, sobre
caballos con sus sillas de montar, sable en alto. Los indios con su pluma en el
pelo, sobre caballos sin monturas, algunos cuchillos en mano, otros portaban
lanzas, otros llevaban rifles. Se ponían en formación, enfrentados y, siempre,
había alguna carreta tirada por varios caballos. Había un fuerte donde estaban
el resto de los soldados… en fin, montábamos una batalla, de esas que habíamos
visto alguna vez en la televisión, en las muchas pelis de soldados e indios, o
de vaqueros e indios. Jugábamos también al coger, a perseguirnos unos a otros y
agarrarnos. Si te cogían, la quedabas, entonces te tocaba a ti perseguir a los
demás. También jugábamos al esconder, al pañuelito, a montar en bici haciendo
lo que hacía el primero y, por supuesto, los típicos juegos de toda la vida,
que eran estacionales: el trompo, las canicas, las estampas, la lima, etc.
Recuerdo a mis amigos, en cierto
modo les echo de menos, cada uno cogió un camino diferente y nos dejamos de
ver, pero les recuerdo. Siempre había un grupo de entre todos, con los que te
veías más, compartías más tiempo, jugaba más e intimidaba más en definitiva. En
esos, sobretodo, son en los que pienso: en mi amigo Eliseo Ojeda, Antonio
Castro y José Antonio Valencia, ese era el núcleo fuerte de amistad. Es
curioso, ahora que vivo ese recuerdo de todos ellos, observo que existía ese
centro fuerte, y alrededor estaban otros niños con los que tenía amistad, pero
que se alejaban un poco… no era esa amistad de hermano que siempre he sentido
con los mencionados. Después de ese otro círculo de amistad, existían otros
amigos-conocidos, también vecinos, pero con los que me relacionaba más débilmente
y, tal vez, a esa misma distancia estaban los compañeros del cole.
Ellos no se enterarán,
seguramente, nunca leerán estas líneas, pero las energías llegan a todos lados
aunque no nos demos cuenta, por ese motivo lo dejo escrito: os echo de menos,
os recuerdo, fuisteis partes muy importantes de mi vida.
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