Estamos rodeados de gente
magnifica, todos somos personas extraordinarias, todos sin excepción. ¿Acaso no
somos todos, cada cual en nuestros círculos, gente amable, buena gente como
vulgarmente decimos? Estoy seguro de que es así, por tanto, todos sabemos ser
buenas personas, conocemos ese modo de ser; tan solo nos falta tener la
voluntad y la confianza de ser siempre de este modo todos con todos, es así de
simple.
Comencemos por arreglar nuestros
enfados con otras personas, pues muchas veces esta situación de desencuentro se
mantiene en el tiempo porque no tratamos de dialogar con la otra parte.
Dialogar es dialogar no querer aprovechar el encuentro para hacer prevalecer
tal o cual postura. Dialogar en este caso es exponer la necesidad de poner fin
al conflicto porque a nadie beneficia, a todos tensiona y no va a ningún sitio.
Es mucho más civilizado, educado y elegante manifestar tolerancia, comprensión
y empatía. Oír atentamente, mostrarse abierto, receptivo y ponerse en el lugar
de la otra persona.
Todos podemos hacerlo en mayor o
menor grado, todos podemos ser valientes, y hablo de valentía porque es este un
acto de estas características. Lo contrario, es lo fácil, esconder la cabeza en
un agujero, no dar la cara, sufrir el malestar que uno solo se ha creado con el
run run de la cabeza, pero no ir abiertamente, sin dobleces de ningún tipo, a
poner fin a una situación de enfado y
molestia para ambas partes.
La rabia, el odio, la violencia,
el orgullo o la prepotencia no nos llevan a ningún sitio plausible, solo valen
para herir, y no debemos confundirlos con la seguridad en uno mismo, con la
capacidad de afrontar obstáculos o contratiempos. A estos, tal vez, deberíamos empezar
a considerarlos situaciones necesarias para nuestro desarrollo, o sencillamente
para actualizarnos y darnos cuenta de quienes somos y del potencial que
poseemos.
Tenemos que aprender a convivir y
acostumbrarnos a preguntarnos para qué hago esto, qué espero conseguir con ello,
y qué consecuencias va a tener mis actos para los demás seres vivos, así como
para el medio ambiente en general. Debemos poner fin o rectificar aquello que
estamos haciendo por norma, sin observar las consecuencias, como he venido
expresando anteriormente. Y da igual cuan jóvenes seamos o cuan mayores, porque
la irresponsabilidad no tiene edad, así que por favor hagamos todo lo que
creamos es mejor para todos, aquello que no moleste a otros, tratemos de darle
a los demás lo que quisiéramos que nos dieran a nosotros. Vamos a tratar de
hacer las cosas con más respeto, con más amor, con más cuidado.
Pasemos por esta existencia
tratando de aportar algo positivo para las generaciones venideras, pongámonos de
acuerdo para elevar el proyecto de vida en común, para que alcance limites
insospechados, porque es más sencillo de lo que podemos imaginarnos. Arrimemos
el hombro, busquemos el bienestar del que tenemos al lado, no forzosamente el
nuestro, porque tenemos la capacidad de darle la vuelta al desastre que los que
han sido insensatos han creado. Mostrémosle que se puede, contagiémosle de
ilusión y creemos la maquinaria de una civilización inteligente, colaboradora,
amorosa y humana.
Somos nosotros los que tenemos en
nuestras manos, en nuestras mentes y en nuestro corazón, la posibilidad de
transformar lo que está asentado sobre aguas turbulentas o pensamientos
exacerbadamente egoístas.
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