Tú y yo somos lo mismo, creo en
ello, este es el motivo por el cual escribo, porque me importas, porque te
deseo lo que quiero para mí, porque quiero que caminemos juntos a través de
esta existencia. Es tiempo de dejar atrás cualquier rifirrafe, cualquier
tontería, porque el ego no puede interponerse entre nosotros. Veo como
constantemente hablamos mal de otros, como no respetamos lo suficiente, como
siempre tratamos de figurar, tratando de demostrar a los demás, en definitiva,
caemos en los juegos de la mente y del ego.
De esa forma, no vamos a ningún
sitio, no avanzamos cuando ridiculizamos al otro, no lo hacemos cuando quedamos
en un supuesto buen lugar mientras hundimos a otro. No es ese el sentimiento de
amor que debemos desarrollar, no es esa la forma en la que tenemos que
relacionarnos. A todos nos debe de sonar: que cuando estamos reunidos y hablan
los demás, siempre hay quien no permite que aquel concluya su exposición,
porque importa menos lo que el otro manifiesta, que lo que nosotros exponemos.
Constantemente nos falta paciencia para con los demás, pensamos que nuestras
ideas son mejores, que estamos en posesión de la verdad, y tratamos de hacer
valer nuestros convencimientos, y estamos poco dispuestos a ser flexibles
razonando que otras ponencias o ideas pueden aportar o complementar, e incluso
dar un nuevo aire o razón a aquello que defendíamos como nuestra verdad.
Las personas nos enfadamos con
suma facilidad, pasamos de estar de colegueo a la disputa en cuestión de segundos
si nos contradicen, peor aún si estamos en presencia de terceros. Somos
totalmente bipolares y defensores de un yo, de una imagen mental de nosotros,
que queremos perpetuar como si fuera nuestra seña de identidad. Sin embargo, no
somos nada de eso, puesto que nos hemos fabricado dicha imagen aparente, y
estamos dispuestos a defenderla a capa y espada, contra viento y marea, caiga
quien caiga, como si estuvieran mancillando nuestro honor. Saltamos como tigres
sin tener conciencia del daño que podemos provocar, alimentamos nuestra ira
cuando revivimos lo sucedido mientras se lo comentamos a todos aquellos con los
que nos encontramos, y nos dedicamos a echar palos a la candela con la crítica.
Siempre buscando la justificación de nuestros actos para poner a salvo nuestra
verdad.
Casi todo este tinglado se erige
desde la superficialidad, desde lo intranscendente, lo que nos hace pasar casi
la totalidad del tiempo en esa capa externa a la que nos agarramos para recibir
pequeñas dosis de momentos alegres. Esto nos crea la dependencia del exterior
para encontrarnos bien, y nos hace adictos consumidores de lo nuevo para
sentirnos bien, cuando deberíamos sentirnos bien y acercarnos a lo nuevo por
conocer, no para buscar las gotas de felicidad o alegría.
Ser feliz es ocupar el centro que
eres, vivir desde el corazón, sentir amor por todos, actuar desde la coherencia
y el respeto, fomentar los valores que nos ratifican como seres humanos,
colaboradores de un proyecto universal y por tanto cuidadores de todos los
ecosistemas, no destructores, sino conservadores y fomentadores del bienestar y del progreso.
Todo ello envuelto en el ingrediente esencial que es el amor.
Si no somos capaces de alcanzar
este comportamiento es porque no nos lo proponemos, no tenemos la intención
clara de este proyecto común, universal y humano. Igualmente, si no estamos en
esta dirección es porque nuestro egoísmo nos impide considerar al otro igual
que a uno mismo. Es porque todavía no acertaste a ver que tú y yo somos lo
mismo.
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