Entre gente
sencilla da gusto pasar el rato. Aunque se quede solo para hablar un poco,
coger castañas, compartir un bocadillo y una cerveza. Darse un abrazo y un
beso, andar y haber pasado un poco de tiempo, juntos.
Claro que hay
otras muchas cosas más importantes, tal vez las haya, pero les hablo de lo
sencillo, de lo corriente, pero que sin embargo, tanto puede significar para
algunos. Un día sin ningún tipo de contratiempos, sin roces de ninguna clase, donde
todos se divierten, donde ni la lluvia molesta, tampoco la espera ni los
kilómetros.
Un escenario
impresionantemente bello y saludable, Aracena y sus alrededores. Un aire que se
colaba, sin ni tan siquiera hacer algún esfuerzo por respirarlo. Una limpieza ambiental
envidiable. Una descontaminación ejemplar. Un monte frondoso y verde, mojado y
lleno de energía. Un suelo colmado de castañas, como señal de agradecimiento de
unos árboles centenarios, que alfombraban los caminos de erizos redondos que en
su vientre portaban las castañas. Una lluvia que actuaba de disolvente
universal, purificando el aire que se respiraba. Es difícil sentirse mejor con
el entorno, con uno mismo y con los que me acompañaban.
He vuelto a
sentir la emoción de quererme fundir con el paisaje. Vuelvo a sentir la
distancia que nos separa. He vuelto a comprender que mi sitio está allí, en la
sierra de Aracena. Allí hay algo brutal y esencial para cualquier ser humano.
Allí cualquier persona se puede transformar, a poco que se deje llevar y se
haga un poco más consciente. Mi cuerpo se estremece con solo pensarlo, he
vuelto más vivo con solo haber respirado la calidad del aire que ayer surcaba
las calles y los campos.
Para algunos
puede ser exagerado o parecerlo, pero es fácil, pónganle un poco de combustible
a sus vehículos, tomen la dirección a Aracena y transiten, de una manera
sencilla, sus calles y sus caminos. Observen, respiren y sientan, verán que
puede ser una experiencia transformadora.
Hoy estoy en
casa, no vivo dentro de la ciudad, me rodea la naturaleza, pero no es lo mismo.
Aquella zona es especial, tiene algo. Yo lo sabía. Hace años iba con cierta
frecuencia con un grupo de personas para trabajarnos interiormente y lo
descubrí. Vuelvo a sentir hoy, la potencia extraordinaria de aquellos parajes,
de aquellas tierras, de sus montañas, de sus castaños centenarios. Allí hay
magia, la vida está más viva en aquella zona.
Conforme
escribo y pienso en cómo se respiraba ayer y en lo que debí respirar ayer, algo
interior se estremece en mi cuerpo. Me emociono, lloro interiormente, estoy más
vivo, o eso creo yo. Es maravilloso sentir lo que siento, darse cuenta como lo
hago. No soy más, sino que me siento vivo. Es la naturaleza que nos puede
transformar mediante el bálsamo de vida que nos ofrece gratuitamente. Estoy
agradecido de lo que nos da, sobretodo, en días tan maravillosos como el de
ayer.
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