Por fin el
tiempo nos ha dado una tregua, en la tarde de ayer corría una brisa muy
agradable y las temperaturas han descendido del orden de unos nueve grados.
Ahora si se puede respirar y pasear, las terrazas de los bares estaban llenas.
Las personas salimos de nuestras casas, de nuestros salones, en donde nos
habíamos recluido, perpetrados con nuestros aires acondicionados. Si no llega a
ser por estos aparatos, no se que hubiéramos hecho, los aires acondicionados son
imprescindibles por estas latitudes; al menos que no se mueva uno para nada,
ponga toda la casa bien oscura desde por la mañana y tengas todo el día un buen
ventilador funcionando.
El calor ha
llegado a ser tan elevado, que no se tenías ganas de hacer nada, vamos, que no
asomabas la nariz ni a la puerta de la calle. El bofetón de calor que te
llevabas, si abrías la puerta, era como para pensarlo dos veces. ¡Cómo hemos
sufrido los azotes del calor durante Julio y lo que va de Agosto!
Esta mañana
mantiene la tónica de ayer tarde, hace fresco aunque no corre ninguna brisa, lo
que hace que la sensación térmica sea más elevada. Quiero decir que parece que
la temperatura es algo mayor que la de ayer tarde-noche. Espero que esto no
signifique que los termómetros se vayan a disparar de nuevo. Según he oído a
los expertos, vamos a tener unos días frescos, le van a suceder otros calurosos
pero que no se alcanzarán las temperaturas vividas semanas atrás. Dicen, que ya
lo peor ha pasado, que el resto del mes de Agosto será más llevadero, ¡eso
espero!
Estar todo el
día apático, sin ganas de hacer nada ni de moverte del sillón; resulta lamentable.
Sin poder salir a caminar ni hacer ejercicio de ninguna clase, todo el día y la
noche encerrados en habitaciones con aire acondicionado; te da la sensación de
que la artificialidad se te va metiendo por las fosas nasales y parece que eres
de plástico. La vida se ralentiza, hay mucha menos actividad física, mental,
etc. porque no apetece nada de nada.
Como la idea
de llegar a ser un desierto, de llegar a tener que vivir en él, se te llega a
pasar por la cabeza; te das cuenta de que solo puedes permanecer lo más quieto
posible, en el ambiente más oscuro y si no tuviéramos los electrodomésticos que
tenemos, tendríamos que estar cubiertos de finas telas para refrigerarnos con
nuestro propio sudor. Es inevitable no ver en tu mente a los Tuaregs, a los
hombres del desierto, cuando vives bajo los efectos de un Sol abrasador. Y te
imaginas que se adoptaría una forma de vida semejante a la de ellos, para eso son
los maestros de la supervivencia en un medio tan hostil. Entonces, comienzas a
explicarte algunas cosas y comprendes algunas otras, relacionadas con su forma
de ser o de vivir. O sea, que cada situación requiere unos hábitos o costumbres
y, si viviéramos en su medio seríamos como ellos y viceversa.
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