Sigue el
transito bestial de personas, desde lugares potencialmente peligrosos hacia
zonas sin conflictos bélicos. Son millares de personas que han dejado atrás
todas sus pertenencias y que viajan a pie, en tren o como pueden, con la sola
esperanza de ser acogidos en algún país en paz. Son familias completas con sus
niños y que manifiestan a la prensa estar agotados, exhaustos. Otros han viajado
escondidos en camiones y han perecido en el intento.
Es terrible
ver las imágenes de la huida, ves que son familias normales y corrientes, que
han tenido que partir con lo puesto, que caminan bajo el sol, sin agua, sin víveres,
sin ropas para cambiarse, ¡es duro, muy duro! Familias que proceden de Siria,
principalmente, y también de Afganistán, donde la represión por la fuerza de
las armas es tan aterradora.
En el camino
se encuentran con fronteras de otros países, que tienen que burlar como mejor
pueden, muchas de las veces enfrentándose a las agresivas alambradas de
concertinas. Pero también a la defensa que hacen los policías de los países que
se ven invadidos. Una defensa que hacen lanzando botes de humos y disparos de
pelotas de goma, “una recepción de lo más cordial”. Es lamentable como estos
millares de personas que huyen aterrorizados, son ahuyentados por la policía y el
ejército de los países vecinos, como si de animales se tratase. Ni siquiera los
animales se merecen ser tratados de esa forma, menos las personas.
Mientras
tanto, hay quien se sienta en una tertulia a defender la idea de que no se les
puede acoger, porque ¿quién lo paga? Es triste ver que todo es dinero, que se
antepone al trato humano el coste de la acogida. Algunos son millonarios, pero
pocos salen al paso y dicen: este mes no me paguen a mí, denle de comer a esas
personas. Y cuando digo esto, además de pensar en todos los millonarios, pienso
en los que dicen tener la vocación de servicio público. Pienso en esos que
dicen que han llegado a la política, a pesar de ganar menos, por su vocación de
servicio.
Aquellas
personas que huyen de sus tierras, solo con lo puesto, necesitan ayuda urgente.
Pero no la ayuda que rápidamente organizan los países vecinos. No necesitan un
campamento que les deje aislado en medio de ninguna parte, para que cuando pasen
quince días se haya dejado de hablar de ellos y se les olvide. Así hay millones
de personas en todo el mundo, hacinados en campamentos, ¿esperando qué?,
muertos de hambre, sin sanidad, sin higiene y sin futuro. Esta no es salida,
hay que integrarlos en la sociedad moderna de los países desarrollados. Por eso
la maquinaria neoliberal de las restricciones, los recortes y la austeridad, en
lugar de la expansión y el desarrollo; no lleva a ninguna parte eficaz para las
poblaciones. Son las formas de exprimir más a los ciudadanos, creando un clima
de competición por los trabajos de muchas horas y mal remunerados. Este es el
objetivo de unos pocos, y lo van consiguiendo poco a poco. Será así mientras
los ciudadanos sigamos tan dormidos. Somos la verdadera mayoría y, estamos
siendo conducidos por una minoría que se ha hecho con el poder delante de
nuestras narices.
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