Ayer daba un paseo por la
urbanización con un par de amigos míos, uno de ellos acompañado de su esposa.
Dicho matrimonio, conservador, más bien de lo que se da en conocer como
derecha, él jubilado con la pensión más alta que te permiten cobrar,
propietarios de varios pisos que los tienen alquilados a estudiantes, más otro
piso donde viven, más un chalet en mi misma urbanización, de ahí nuestra
amistad desde hace años, y un piso dúplex en una zona de playa. A pesar de
todo, no voy a facilitar su identidad, son mis amigos y les aprecio, al tiempo
que respeto que tengan las ideas que tengan, no faltaría más.
No obstante, el motivo del
escrito es que desinteresadamente, digo desinteresadamente porque son
conversaciones de paseo, de esas que surgen mientras caminamos, para
distraernos, vinieron a comentar alguna noticia que debieron leer o escuchar en
alguna emisora de radio, sobre dejar de inculcar la competitividad a los niños
en los colegios. Ellos lo veían como algo negativo porque la competitividad era
imprescindible para alcanzar la excelencia y no sé cuántas cosas más argumentaron.
Mi otro amigo les apoyó, y como de costumbre me quedé solo, más solo que la
una, que es como se suele decir. A mí me da igual, allá cada uno con sus
pensamientos, si me leen desde hace tiempo, este tema también lo he tocado en
algunas ocasiones, hace tiempo llegué a ciertas conclusiones que en seguida
expongo para la polémica. Es interesante que haya distintos puntos de vista,
por algo somos diferentes cabezas pensantes, cada cual es cada cual y sus
circunstancias.
La competitividad es lo que nos
ha grabado a fuego el sistema, es lo que más interesa al sistema, pero no
significa que sea lo mejor para el género humano, siempre desde mi punto de
vista. Al sistema le interesa que el individuo compita con el de al lado porque
de esa manera todos somos adversarios de los demás. El sistema de esa forma,
nos enfrenta, nos separa, nos distancia, trata de poner tierra por medio y
triunfa en la fragmentación social, nos despoja de la fuerza que da la unión.
La unión le puede plantar cara al centro de poder que nos trata de dominar. Por
tanto, al poder imperante no le interesa que vayamos hacia un sistema que nos
haga fuertes, que nos hagamos potentes, que estemos unidos, y ¿cómo lo
consigue?; desde mi punto de vista provocando la competición entre nosotros. Por
lo general, en la actualidad, hay perdedores y ganadores, los que ganan suelen
disfrutar de su triunfo e ignoran al vencido, solo hay alegría por su victoria,
se olvida del derrotado en unos casos, se mofa en otros y hasta hay quienes
desean que desaparezcan los vencidos, sucede en las competiciones de todo tipo,
incluso en las electorales.
Si ponemos humanidad sobre la
mesa es imposible que el sistema que nazca esté basado en la competitividad, el
neonato sería colaborativo, cooperativo, el que motivara al trabajo en equipo,
el que pidiera arrimar hombro con hombro para lograr el éxito conjunto. ¿Por
qué la gente se va a volver apática o no va a progresar?, si lo hace no va a
ser por no competir, será por no amar lo suficiente lo que se esté haciendo,
por no tener una verdadera vocación, por
no tener creatividad, imaginación, o por no usar adecuadamente la cabeza.
Cuando se ama más a la humanidad, se desea todo por ella, por el conjunto, por
la colectividad, no se tiene por qué hacer crecer el ego de las personas.
Cuando se ama algo lo suficiente, existe al mismo tiempo motivación suficiente
para seguir investigando, estudiando, etc. A ello ayuda que deseemos ser
mejores personas cada día.
Mis amigos se molestaban de la
falta de marcadores en los juegos, y yo les añadía que pensaban así porque no
veían la belleza del juego en sí, de la forma de mover el balón, de las jugadas
que hicieran, de la habilidad de los jugadores, del espectáculo en sí, sin
ganadores ni vencidos. Llegados a este punto fue un imposible no recurrir al
toreo, y volví a apostillar que el toro sin el triunfo del rabo, de las orejas
o del asesinato del animal es posible y hermoso… solo el arte de torear. Esto
es lo que le cuesta ver a muchas personas, lo bonito está en los pases, en la
faena, ese es el toreo y no tiene que ser menos cuando se respeta la vida del
toro. Nada de divisa, nada de picadores ni banderilleros, nada de espada, solo
arte en el albero, un juego convertido en preciosa coreografía de toro, capote
y torero. A todo se le puede buscar el lado más humano e inteligente sin tener
que pasar por la pérdida de la vida de otros seres vivos.
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