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Hace dos días
el número de fallecidos por coronavirus descendió, pero ayer volvió a subir. No
obstante, eso ha valido para que algunos tomen la decisión de fijar una fecha
próxima para ir incorporándonos, claro, sin ninguna garantía. ¿Han efectuado
test rápidos para saber cómo está la población?, ¿alguien ha ido a su casa a
averiguar si está contagiado y asintomático?, ¿alguien le ha dicho que usted ya
pasó la enfermedad?, ¿alguien está en condiciones de asegurar que en el momento
de volver a la normalidad laboral no nos empezaremos a contagiar como si para
nada hubiera servido estar aislados en las casas?
Esto no es
miedo forzosamente, es sentido común, nada va a volver a ir peor si antes se
sabe la situación, en cuanto a salud se refiere, de la población. Supuestamente
estamos bien, pero hasta qué punto lo estamos y, sobretodo, ¿vamos a contagiar
a otros y se va a armar la marimorena? Es por eso que China, que acaba de
levantar el confinamiento, lo primero que ha dicho, por si acaso, es que es
probable que haya un segundo brote de coronavirus. Evidentemente, es lo que
dicta el sentido común cuando no se sabe a ciencia cierta el estado de todos
los ciudadanos del país. La única forma de saberlo es que todos se analicen,
que cada centro de salud recorra los barrios a los que pertenecen, con un
listado del empadronamiento para tomar muestras de todo el mundo. Quizás esto
nos tome un mes más de confinamiento, pero es preferible que el riesgo se aísle
a que volvamos a empezar de nuevo. Cuando digo que el riesgo se aísle quiero
decir que se conozcan las personas portadoras y potencialmente diseminadoras de
la enfermedad, y se les aíslen a ellas hasta que sanen. Que es laborioso, ya lo
sabemos, pero dar palos de ciegos y aventurarse a que todo vaya a salir bien,
creo que es lo más parecido a dejar el timón del barco en manos de un macaco y
esperar llegar al punto de destino con éxito.
Por otro lado,
me gustaría dedicar unas palabritas gruesas a todos esos canallas, dueños de la
maldad más absoluta, que siempre actúan en situaciones de desgracia colectiva
para sacar partido económico para sus propios bolsillos. Me refiero a todos
esos que han robado y comercializado material de protección imprescindible para
evitar los riesgos de nuestros sanitarios. Me refiero a todos esos empresarios
que sabiendo cómo “llovía”, dejaban a propósito sin “paraguas” a los sanitarios
para subir descomunalmente los precios de los EPIs y de los respiradores.
Igualmente que las leyes prohíben las bajadas temerarias de precios en las
licitaciones, debieran estar prohibidas y sancionadas severamente las subidas
de precios en situaciones de emergencia nacional o mundial, como es el caso. Los precios de los productos deben
seguir siendo aquellos que estaban fijados antes de iniciarse la crisis de esta
pandemia. Eso, o requisarle por la fuerza toda la producción, incluso
expropiarle la industria a esos pillos, sinvergüenzas y deshumanizados
empresarios. Por último, en cuanto al desfase que ha sucedido entre demanda de
material de protección y entrega del mismo a los sanitarios, cuestionar y
criticar la posible dejadez de la Administración Central, del Gobierno, si es
que demoró por algún motivo injustificado y monetario la llegada de los
materiales que protegen a médicos, enfermeros/as, auxiliares, celadores, etc.
A esos que
suben los precios cuando es una necesidad prioritaria hacerse de ciertos
productos, se les suman todas esas mentes, igualmente malignas y perversas, de
todos los que idean campañas para estafar a la población más vulnerable. Todos
esos también son un virus que habría que erradicar de las sociedades. Son parásitos
que continuamente tratan de vivir a costa de los demás. Habría que descubrirles
y quitarles de la libre circulación, no pueden vivir en contacto con los demás,
esos sí que debieran estar bien confinados y vigilados… ¡son dañinos, son
peligrosos y no tienen escrúpulos de ningún tipo!
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