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Ha hablado el
gobierno de ir permitiendo que algunos más vayan a trabajar o que los niños
puedan salir a dar pequeños paseos, y todos comienzan a despertar del mal
sueño, todos piden su trozo de la tarta, todos quieren reincorporarse ya. La
Junta de Andalucía reclama la vuelta a la normalización, anteponiendo el
turismo, la apertura de bares, restaurantes, hoteles y playas, a la verdadera
situación de riesgo de volver a padecer un incremento serio de contagiados y
muertos… ¡hala! los negocios y los dineros por delante, que ya desfilarán los
cadáveres detrás con los pies por delante.
A todo este
apresuramiento generalizado, se suman los clubes de fútbol, que ya han anunciado
que van a comenzar este veintiocho de abril a hacer test a sus jugadores para
empezar a entrenar, a pesar de que las autoridades dicen que es demasiado
pronto para la vuelta a las competiciones. Otros que van a lo suyo y que
quieren empezar a jugar porque muchos de sus jugadores terminan contrato en
junio y puede ocurrir que se queden sin ellos, no quieran jugar o exijan pluses
extras para hacerlo, y conforme son los salarios del personal, ya se pueden
imaginar las cantidades que puedan pactar para suplir esa falta de contrato, o “ese
favor” que le tendrían que hacer al club.
Al oír la
radio esta mañana, me dio la impresión de que la efervescencia se había
disparado como si aquí no pasara nada, como si el virus hubiera hecho las
maletas y se hubiera marchado de vacaciones. Es complicado tratar de que no se
hunda la economía al tiempo que todo o casi todo el proceso industrial o
comercial, productivo en general, esté parado. Lo entiendo, pero lo que ponemos
en riesgo son nuestras vidas, y creo que eso debiera estar por encima de lo
demás. Es por ello, que en días anteriores me atreví a pensar en la solución
imaginativa que esbocé en anteriores escritos, una sociedad sin dinero, en la
que todos siguen haciendo lo que hacen ahora, aunque por menos horas puesto que
todos colaboraríamos con el sistema, no habría desempleados, no habría salarios
que ganar y todo tendríamos una tarjeta magnética que acreditaría nuestra
colaboración diaria con el sistema. Esa tarjeta es la que nos permite ir a los
centros comerciales a adquirir lo que necesitamos. Una sociedad donde todos
colaboramos y en la que nadie se queda atrás, todos siguen haciendo lo que
hacen, por tanto, si ahora tenemos de todo, mañana seguiríamos teniendo de
todo, y todos nos podríamos beneficiar por igual. Es una sociedad sin dinero
sino de aportaciones a la comunidad, es una sociedad magnifica que nos trata
por igual, que no se mide por clases, ni propiedades o pertenencias, en la que
imperaría el carácter humano y no los billetes.
De nuevo
retomando el tema de la desescalada, creo que debemos ser cautos, hay que
analizar antes a las personas a las que se le va a permitir reunirse en centros
cerrados de trabajo. Debemos conocer cómo está la sociedad, cuántos infectados
hay, aislar solo a los infectados sería más racional. Hasta ahora, al
desconocer el número de contagiados había que aislar a todos, pero si se quiere
dar el paso contrario, o sea, dejar salir a cierta parte de la población, lo
más sensato es saber cómo está ese sector que se va a liberar. Para qué sirve
dejar ir a los trabajos a personas que van a seguir propagando la infección en
el metro, en el autobús, en las tiendas que entren o en sus empresas. Así no
terminamos nunca, el efecto rebote será inevitable, volverá la propagación. La
única ventaja siempre será el número de personas que hayan sido capaces de
generar anticuerpos contra el virus y no enfermen, al menos durante un tiempo.
Las presiones no son buenas, sobretodo, si van a poner de nuevo en riesgo a la
población.
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