Erase una vez
Corruptilandia, un país donde casi todo aquel que ocupaba un cargo público y
tenía acceso al dinero, se les pegaban los billetes en las manos. Se perdían
los de quinientos euros, se transportaban en bolsas de basura, en mochilas, en
maletines, etc. Se escondían en colchones, había incluso una madre orgullosa
que llegó a decir que su hijo tenía tal cantidad que podría asar una vaca, prendiéndole
fuego a los billetes. Los dineros terminaban en los paraísos fiscales, en los
bancos de todo el mundo que no dan información de sus titulares. Antes solo se
hablaba de Suiza y Andorra, ahora más recientemente, además de los papeles de
Bárcenas, les ha dado por hablar de los papeles de Panamá.
En Corruptilandia
casi todos los que se dedicaban a la función política se dedicaban a engañar a
la ciudadanía. Los medios de comunicación tenían sorpresas todos los días, bien
cada mañana nos levantamos con algún robo nuevo, bien cada noche nos vamos a la
cama con alguna sinvergonzonería diferente. También hay muchos que repiten,
deben ser amantes de los primeros planos y de las portadas, porque con ellos se
abren y se cierran los informativos, los diarios, etc. En muchas ocasiones se
nombran a los mismos que suelen estar pringados en muchos de los casos de
corrupción que surgen a lo largo de la geografía de nuestro país.
En Corruptilandia
se falsean los datos contables bancarios, los balances, los presupuestos, y se
suelen quedar con los ahorros de nuestros mayores, los que se han pasado toda
la vida trabajando y ahorrando con miles de sudores, para que llegue el milagro
económico español, y se quede con los dineros de esas personas mediante el “fabuloso
producto bancario de las preferentes”, o las fantasmas acciones de Bankia.
En Corruptilandia
se desoye todo cuanto dice o interesa a la ciudadanía, pues había que cortarle
el rollo, ya que estaban viviendo demasiado bien, y eso se asemejaba mucho a
los ricos. Así que un día decidieron que eso no podía continuar de ese modo,
por tanto inventaron la crisis. Sus responsables fueron los banqueros, que
procuraron blindarse sus contratos y sus pensiones millonarias, dejando un
agujero terrible en el escenario financiero del país. Posteriormente, metieron
miedo a los que tenían algunos euros en los bancos, les dijeron que si
quebraban los bancos podían perder sus ahorros, por lo que era necesario que
todos pusiéramos dinero, no solo nosotros, sino también las generaciones
futuras, nuestros hijos y nuestros nietos.
En
Corruptilandia se llevaban de cuando en cuando a algún corrupto a la cárcel
para apaciguar un poco los ánimos, pero era mero maquillaje, a los cuatro días
se les daba el tercer grado y cuando la ciudadanía estaba distraída con otros
temas, se les concedía la libertad sin cumplir sus condenas ni exigirle que devolvieran
lo que habían sustraído. Corruptilandia es el paraíso fiscal de impunidad de
los corruptos y vividores. Casi todos los que manejan pasta pueden burlar la
ley, llevarse el dinero por la cara, esconderlo en empresas offshore y de esas
que llaman pantalla. Después, el dinero comienza a pasar de una empresa a otra,
simulando operaciones comerciales falsas, para hacer llegar, tras varias
vueltas, los billetes a Corruptilandia. Llegan los dineros blanqueados sin
haber tributado por ello, y si Hacienda les pilla y les multa, se cabrean y
todo. Eso sí, lo hacen tras decir: ¡Viva España!
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