Mucha gente
dice que la vida es como es, aunque ellos se quieran referir a la situación que
nos toca vivir, y es verdad. Pero, yo me pregunto si debemos conformarnos con
lo que nos viene impuesto, cuando realmente se pueden hacer otras cosas, o
cuando las condiciones pueden mejorar para todos. Comprendo que la lucha de uno
solo es, posiblemente, insuficiente frente a una inercia social determinada.
Sin embargo, y a pesar de ello, creo que cada uno de nosotros lo debe intentar.
Hay que movilizarse en algún sentido, hay que manifestarse, hay que hacer
crítica y protesta sobre aquello que nos dirige al fin perseguido por unos
pocos. Cuando uno sienta que debe hacerlo, no debería guardarlo en el interior,
para evitar hacerse daño, además de encausar nuevas sendas a transitar.
Nada está
perdido, pues si hay condiciones y cualidades que no se han establecido en
nuestra sociedad, siendo ventajosas para la gente, es algo por lo que luchar.
La vida, esta existencia como me gusta llamarle, hay que vivirla con un
sentido, para algo, y que ese algo nos satisfaga a nosotros, y a ser posible al
resto de los mortales. Cada día entiendo menos el sinsentido, la falta de amor,
de consideración, el menosprecio, la maldad, la agonía, la avaricia y todas
esas manifestaciones que impiden la unión de las personas. Tenemos la
obligación de ser felices, y para ello debemos encontrar un sentido a nuestras
vidas, un ritmo pausado y adecuado a nuestra genética. Debemos sentirnos lo
suficientemente libres y respetados, como para ser capaces de hacer cosas sin
el temor a las críticas ajenas, al error o al aplauso. No se fracasa cuando se
intentan las cosas, solo se adquiere mayor experiencia de lo que es oportuno
hacer y de lo que no conviene repetir.
Al margen de
los pensamientos de cada uno, de su originalidad propia, etc., se hace necesario
algo que se va dispersando cada día más en la sociedad, que son los puntos de
confluencia. Hay que prestar atención a los demás porque nadie es el centro
alrededor del cual gira todo. Tenemos que enriquecernos con el conocimiento
cedido de unos a otros. Debemos coincidir en la lucha por la sociedad justa y
equitativa que nos merecemos, y dejar al lado los valores mediocres impuestos
por aquellos que tienen determinados intereses, casi siempre, monetarios. En
las relaciones no puede seguir primando el dinero que se tenga, sino la ayuda
que se es capaz de ofrecer o el amor que se entregue a nuestros semejantes. La
sociedad se ha de humanizar, y las personas han de llegar a adquirir la
conciencia de la humanidad. Debemos sentir a todos los habitantes de la Tierra,
y tenemos que llegar a “sufrir” por ellos, en el sentido de que exijamos para
todos los demás, lo que queramos conseguir para nosotros. Nuestra felicidad no será
completa, mientras tengamos abandonadas a tantas criaturas viviendo en
condiciones deplorables: económica, sanidad, educación, seguridad, etc.
Esto no puede
seguir siendo: “yo voy a lo mío, y al resto que le den…”, frase que muchos
pronuncian alguna vez en su vida. Yo soy un engranaje de la maquinaria de la
humanidad, y mi obligación es hacer de cada acto mío, un pequeño avance para
conseguir ese otro mundo más justo y equitativo para todos los habitantes del
Planeta. Hasta que no actúe de este modo, no habré aprendido nada, no habré
comprendido el sentido profundo de la energía de vida que somos.
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