He
dado un paseo bien temprano, me dirigía a casa de unos amigos y al pasar por
las calles más comerciales, ya estaban abriendo los pequeños negocios, las
pequeñas tiendas del barrio. Habían llegado los pequeños empresarios con sus
furgonetas cargadas de género, principalmente, verduras, frutas y pescados. Los
bares que hay en la calle estaban, igualmente, abiertos aunque con poco
público.
Yo
reparé en esos pequeños comerciantes que tan temprano se levantan para ir a los
centros de distribución de mercancías. Todos sabemos que dichos centros operan
casi de madrugada, para que estos comerciantes puedan adquirir sus productos y
lleguen a una hora temprana a sus negocios para poder abrir y atender a sus
clientes. Al mismo tiempo que razonaba todo esto, pensaba en la ilusión de esas
personas que invierten dinero, tiempo y esfuerzo en sacar adelante su medio de
vida en los diferentes barrios para un público minoritario, desgraciadamente.
Digo esto, porque como todos sabemos y hacemos, por comodidad, nos dirigimos a
las grandes superficies donde encontramos no solo el pescado y la verdura, sino
otros muchos artículos y a algunas personas les sirve de entretenimiento pasear
por los grandes centros comerciales. Pero por favor, no me malinterpreten, no
estoy queriendo decir que es mejor comprar en centros comerciales gigantescos…
ni mucho menos. En lo que estoy centrado es en la ilusión a la que hice mención
anteriormente, en la lucha de esos pequeños comerciantes para quedar relegados
a un segundo lugar, mantenidos, casi siempre, por los viejos del lugar, que son
sus principales clientes.
Cuando
yo era niño las tiendecitas del barrio eran imprescindibles, todo se compraba
en ellas. El tendero era vecino, amigo y si te hacía falta algo y no lo podías
pagar en aquel momento, lo apuntaba en la lista hasta que cobraran mis padres.
Era un necesario servicio de suministros al que se podía recurrir cada vez que
te hacía falta alguna mercancía, la pudieras o no abonar. Las tiendas y los
tenderos tenían un lugar privilegiado o importante en nuestras vidas, pero todo
esto ha caído en el olvido, pues las nuevas generaciones ni lo conocen. Primero
llegaron los supermercados, que también se ubicaron en los barrios, esto
significó un primer palo para los propietarios de las pequeñas tiendas.
Posteriormente llegaron los grandes centros comerciales, las grandes
superficies como también se les conoce, y las grandes peregrinaciones de
clientes potenciales que van a por un par de artículos y salen con un carro
lleno. La moda es pasear por cada calle interior llena de estanterías
abarrotadas de productos, que avivaban el deseo de compra de los clientes, por
eso entras en uno de esos grandes centros con la idea de comprar dos cosas y te
llevas diez.
Este
escrito es en honor a esos luchadores de los barrios, que abren cada día sus
pequeños negocios con ilusión y esperanza de tener una buena venta, y de servir
y agradar a sus clientes. ¡Va por vosotros!
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