He terminado
de ver la serie “El Embarcadero”, y debo compartir que me ha gustado, hay algo
de fondo, envuelto en cantidad de sentimientos que todos compartimos y que casi
nunca permitimos que afloren, en mi opinión por cobardía, miedo y por culpa de
unas enseñanzas religiosas obtusas, que han calado en la gente, privándonos de
espontaneidad y libertad. El orden religioso establecido marca la norma de la
convivencia de pareja exclusiva, llegando a hacerse monótona y aburrida en
muchas ocasiones, y con el paso de los años marchita o hace decaer la relación
de pareja e impide ampliar el gozo de todos y de todas.
La amante del
protagonista, Oscar, con quien tiene una hija pequeña, lo explica muy bien
cuando él percibe que su pareja goza de una libertad a la que él no estaba
acostumbrado. Dibuja dos circunferencias que comparten un espacio en común,
ella le dice esta circunferencia eres tú, y esta otra soy yo, este pedacito de
intersección es nuestra vida en común. Al margen de esa zona que compartimos,
tú tienes tu libertad para hacer lo que desees, y yo también… ¡es genial y
sencillo! Él nunca la engaña en cuanto a sus sentimientos, desde el principio
le dice que está muy enamorado de su esposa, pero que igualmente se encuentra muy
enamorado de ella. Ella acepta como normal que él pueda estar enamorado de más
de una persona, es así como él lo refiere, y yo sé que eso es totalmente
posible si no fuera por el freno mental, la cohibición, el obstruccionismo que
el concepto de matrimonio religioso cerrado a los demás, y completado por el
sentido de posesión que nos han inculcado en esos casos. Ves la serie y
comprendes cosas de las que siempre he estado convencido, aprecias la libertad
de la amante y de otros personajes de la serie, de los que no trasciende maldad
alguna, ni sentido de esos cuernos figurados que tanto se emplean en este
sociedad de acomplejados y encarcelados en vida. Nadie se plantea, siquiera,
hacer daño a nadie sino de disfrutar de lo hermoso que es el amor, la
atracción, el deseo, una mirada, una sonrisa, un abrazo, un beso, todos se dejan
llevar por lo que les plantea la vida y la predisposición del momento.
Nos hemos
vuelto recatados, píos o devotos en demasía, creyentes de que nuestra pareja nos
pertenece y nos hemos cortado las alas los unos a los otros. Nos hemos
amputados buena parte de nuestro lado más salvaje, tememos expresar lo que
sentimos a otra persona si no es la, o el, oficial de la relación. Tememos que
al hacerlo, aquella, o aquel, vaya a contarlo a nuestra pareja. Sentimos
remordimientos de coquetear con otra persona, estamos enjaulados porque ni
hacemos uso de nuestra libertad, ni somos lo suficientemente valientes para que
nuestra pareja haga uso de la suya. Nuestros deseos se disuelven una y otra vez
en nuestro interior como mejor pueden, hasta que resurgen de nuevo porque hay
composiciones, tactos, miradas, labios que nos atraen; así que una y otra vez
reprimimos lo que de por sí se enciende solo en la interacción normal del día a
día con otras personas. Es triste, la sociedad condena la libertad de los
individuos, prefiere la uniformidad controlada, desea que todos caminen solo
por la senda prevista y que nunca se provoquen estampidas ni ataques en masa.
Por eso, esta sociedad aplaude la división, la separación, el distanciamiento,
el enfrentamiento, y para ello inventa mil y una razones para que la unión
nunca llegue a ser real, en las parejas ocurre lo mismo. Hay que separar
también a las parejas, no vaya a ser que les dé por unirse y comience un ente
mayor y con más fuerza.
Los de la
sotana llevan siglos proclamando lo que usted y yo debiéramos hacer, pero sin
acatar sus recomendaciones, a ellos les cuesta poco subirse la sotana y
desgraciar a críos. ¿Esta es la enseñanza religiosa?, ¿qué credibilidad puede
tener toda esa organización plagada de abusadores y gente que los han ocultado
hasta que los hechos han ido siendo conocidos en los medios de comunicación?
¡Maldita sea, cómo nos han castrado los principios de la religión! No practico,
nunca lo hice, pero ha sido inevitable no sentir muy próximo y alrededor la
acción coactiva de la religión, que ha ganado al género humano por miedo al
castigo, privándolo de ser libre.
Rápidamente,
la vecindad abducida por el orden religioso del asunto, ver a un palomo, o a
una paloma revoletear libremente, es motivo más que suficiente para empezar a
llamarles de golfos y putas, de cuernos y todo cuanto se le ocurra sin tener en
cuenta la libertad de las personas, los sentimientos y el mejor uso que cada
cual quiera hacer de su intimidad. Un asunto más para el que no estamos
preparados… ¡es una lástima!
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