Quiero
interpretar la asistencia del Ministro de Interior y de un militar uniformado
al acto de la toma de posesión de Carles Puigdemont, como Presidente de la
Generalitat, una forma de decir: “España está presente en este parlamento”, o “vigilamos
lo que hacéis”. Me imagino que van por ahí los tiros.
Peor aún, es
aplaudir al final del discurso del nuevo Presidente catalán, como hizo el
Ministro. Posteriormente, hizo unas declaraciones en las que manifestaba: “hoy
aquí se ha perdido el espíritu de la Transición, el espíritu de la concordia y
de la unidad”. Pero eso ya se sabía, lo vienen anunciando desde hace tiempo y,
sobretodo, con el nombramiento de esta persona que ha liderado el
independentismo municipalista entre los ayuntamientos catalanes.
Puigdemont
dijo que estaban ahogados, humillados financieramente, y desatendidos por las
inversiones del Estado. De nuevo, culpa al Estado de España de su situación de
fractura económica, pero ni una sola palabra a la cantidad de millones robados
a las arcas públicas catalanas. Ninguna mención a la fortuna vergonzosa de la
familia Pujol, que tan cercana creció al partido del cual procede el actual
CDC, donde militan tanto Artur Mas como el mismo Puigdemont. Ni una palabra
para la criminal actividad de las comisiones cobradas durante años, lo que ha
supuesto sobreprecios en todas las adjudicaciones públicas. ¿Eso no empobrece a
Cataluña?, ¿eso no es robarle a los catalanes?
Los políticos,
como siempre, manipulando la situación, dando, una vez más, una visión de
Estelada medio llena o medio vacía, dependiendo de lo que interese decir en el
momento; y está claro, que los gobernantes catalanes han preferido presentarse
como victimas ante el pueblo español. Pero si ahora, con la financiación que
les corresponde no soportan los gastos que tienen, por mucho que aporten al
Estado central, cómo lo harán por sí mismos cuando tengan que pagar a sus
pensionistas, a sus parados, a sus funcionarios, políticos, etc. ¿Entonces si
van a alcanzar?
Siempre se da
por bueno que sean las mayorías las que decidan, se acepta como lo menos malo,
pero no deja de ser malo, pues arrastran a las minorías. Las minorías, los que
piensan y optan por una forma de vida diferente, no tienen cabida en la
sociedad de las mayorías aplastantes, pues al final resultan ser apisonadoras
que hacen valer la cantidad, que no siempre es la calidad.
La solución es
difícil, pues lo justo sería censar a los que desean ser independentistas, y
que crearan una sociedad distante del resto, que sí quedarían bajo la tutela
del Estado español. Los otros no lo estarían, se tendrían que autogestionar y
llegar a ser autosuficientes. Eso sería lo más adecuado para darle a cada uno
lo que desea y pide, pero supondría el caos más absoluto. Por ejemplo: ¿Los
hospitales, colegios, universidades, de quiénes son?, porque los otros si los
requieren tendrían que abonar los servicios, o bien, tendrían que construir los
suyos. Creo que optarían por esto último, o al menos, sería lo que les gustaría
para poder educar e inculcar sus ideas. ¿Hay dinero para duplicar
construcciones ya existentes?, ¿no es esto una locura?
El tema
catalán no se puede abordar desde el frentismo o las imposiciones, pues eso no
lleva a ningún sitio. Este problema se ha enquistado por el choque de trenes
que vienen protagonizando tanto el partido del gobierno como el gobierno
catalán. Los problemas no se solucionan por la fuerza y sin que medie el
dialogo, tampoco creando problemas para conseguir mejores condiciones
económicas que el resto de las regiones españolas. Hay que sentarse a dialogar
con dos dedos de frente y mucho sentido común, virtudes que parece ha faltado,
y mucho, en este proceso político.
Los unos han
de entender que no se puede arrastrar a media Cataluña para que vivan como
ellos quieren, y los del Gobierno central no pueden seguir con una posición
inmovilista, basados en una Constitución, “que nos dimos todos los demócratas”,
como les gusta decir una y otra vez, hace cuarenta años. Los tiempos cambian y
las necesidades también, por tanto, las leyes deben adaptarse a los tiempos que
corren.
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