Hoy me acuerdo
de mis amigos de la infancia y de la adolescencia. Cuando todos éramos niños,
acudíamos al mismo colegio, éramos vecinos y compartíamos juegos. Era ese
tiempo en el que podías salir solo a la calle a jugar con tus amigos. Ese
tiempo mágico en el que cualquier objeto podía formar parte de un divertimento.
De un papel hacíamos un avión, de una caja de cartón hacíamos una cabaña, y si
había llovido cualquier cosa que flotara era un barco que navegaba por la corrientilla
que se formaba junto al bordillo de la carretera. Era el agua de la lluvia que
descendía la calle en busca del primer imbornal que se encontrara.
Recuerdo,
también, aquella época en la que a todos los niños nos daba por hacernos
comerciantes, y con algunas cajas de cartón vacías poníamos en nuestras
puertas, en la acera de la calle, un puesto, era así como lo llamábamos, y cada
cual ponía alguna de sus cosas a la venta. Unos vendían dibujos, otros ponían
soldados e indios, otros cochecitos, etc. Pasábamos los días con nuestra tarea
de venta y al final del día habíamos conseguido algunas pesetas. Bueno, fue
nuestras primeras experiencias en transacciones.
Eran tiempos
en los que cada juego tenía su momento, que ahora no sabría decir. Creo que lo
marcaban los quioscos cercanos, pues ponían a la venta los trompos y las
trompas cuando había llegado su tiempo. En otros momentos exponían una gran
variedad de canicas, las típicas bolas, porque para nosotros eran las bolas.
Las canicas se les empezaron a llamar más tarde, cuando las clases sociales se
habían refinado y habían mejorado económicamente hablando. Si había llovido, se
jugaba a la lima, aprovechando que el terreno estaba blando. Recuerdo que las
niñas jugaban mucho a pasear las muñecas en sus carritos, jugaban también al
tejo con un trozo de mármol que impulsaban con un pie, dando saltos a pie
cojito. Y el juego que creo han practicado más las niñas eran el elástico y el
salto a la comba. En el primero, tenían una habilidad para correr hacia él,
saltar, dar la vuelta en el aire, encoger las piernas y superar la altura a la
que hubieran puesto el elástico, que me dejaba estupefacto. En el segundo, el
salto a la comba, se pasaban horas metiéndose en la gran ola que formaba la
cuerda que giraba una y otra vez, y las niñas daban pequeños saltos al tiempo
que pasaba la cuerda bajo sus pies, ¡qué sincronicidad!
Y cuántos
juegos había en los que nos llevábamos horas persiguiéndonos, corriendo o
compitiendo: el coger, el escondite, el pañuelito; estos eran los más usuales,
además de las carreras en bici, los partidos de futbol, de tenis, el frontón.
Recuerdo que para la práctica de cada uno de ellos teníamos el lugar más
adecuado: el futbol lo jugábamos en el cruce de Beatriz de Suabia (la calle
donde vivíamos) con Rico Cejudo, porque el cruce era más amplio. Para el tenis
se marcaba en cualquier lado de la calzada una pista con tiza y a jugar. El
frontón siempre era en el callejón San Rafael, que al final tenía una pared
alta, ¡era ideal! Para el baloncesto aprovechábamos, como canastas, cualquier
saliente que tuvieran los ladrillos de una pared. Si la pelota daba en el
saliente, era canasta.
Después fuimos
creciendo e hicimos algunas tontería, probamos los efectos del alcohol, nunca
olvidaré la pea que cogimos tres amigos en casa de uno de ellos, aprovechando
que sus padres no estaban. Creo que probamos todas las bebidas alcohólicas que
se encontraban en el mueble bar, bien surtido por cierto, porque lo estaba. Yo
jamás había visto tal cantidad de bebidas espiritosas diferentes. Terminamos
haciendo competiciones de natación por los suelos. Después nuestros padres se dieron
cuenta enseguida tal como nos vieron la cara, o lo lacios que estábamos, ¡qué
malitos nos pusimos!
Aquellos
tiempos fueron desplazados por los del pantalón de campana ajustado, la
zapatilla metida en el dedo gordo, la perillita que comenzaba a crecer, los
pelos que los dejábamos más largos, te duchabas más y le entrabas a las niñas.
Eran tiempos revueltos, quedaban reminiscencias hippies, ya sabes: “drogas, sexo
y Rock and Roll”. Doy fe que así fue, todos lo llevábamos para adelante, nos
sentíamos hippies y nos poníamos vacilones: el whiscata, los cubatas y los
pitillos, mientras escuchábamos: Deep Purple, Jethro Tull, Slade, Pink Floid,
Goma, Triana, Smash o Rolling Stone.
Hubo un
momento entonces, en que los amigos de la infancia tomaron su camino y encontré
a mis amigos de adolescencia, como nosotros solíamos resumir, eran
principalmente los de las ochenta viviendas y los del banco Urquijo, aunque estábamos
muchos otros. Hubo juegos de vez en cuando, pero ya éramos hombrecitos, el
objetivo eran las chicas y la primera preocupación estar cerca de ellas. Así
que hacíamos fiestas todos los fines de semana, continuando la adicción: mucho
tabaco, mucho pitillo, mucha música, flirteo con las chavalas que eran lindísimas
y mucho alcohol; destrozándonos, en definitiva, pero la juventud podía con eso.
Más tarde casi
todos teníamos novia y cada uno se abrió, como se solía decir. Nos fuimos
casando y casi nunca nos hemos vuelto a ver. Hoy mi recuerdo es para todos
ellos: Antonio Castro, José Antonio Valencia, José Antonio Relúx, Eliseo Ojeda,
Carlos Cuetos, los hermanos Briones, los hermanos Peral, los hermanos
Espartero, Fernando Requena, Carlos Beck, Los hermanos Vela, mi coleguita: Paco
Romero, y muchos otros que seguro se me quedan atrás, un fuerte abrazo para
todos ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario