Cada acto
nuestro ha de ser cuidadoso, puesto que tiene siempre unas repercusiones que
pueden alcanzar a los demás. He ahí la clave de una forma de vivir respetuosa,
educada y civilizada. Si logramos que nuestro perro ladre una vez en lugar de
seis veces, ayudamos a que vivir junto a nosotros sea más agradable. Si cuando
arrancamos nuestro vehículo somos moderados con el acelerador, producimos menos
ruido, consumimos menos combustible y, también, contaminamos menos. Si cuando
nos relacionamos con otras personas, lo hacemos desde la moderación y la
flexibilidad de nuestras posiciones, estoy seguro que alcanzaremos un debate
más agradable, y no nos irritaremos.
Un papel importantísimo
en nuestro vivir diario lo tiene la paciencia. Nos hace falta buena dosis de
esta, para esperar que nos llegue el turno en los comercios, para dejar que
nuestro interlocutor acabe su intervención, para que se termine la tarea que
estemos haciendo, para que llegue esa fecha tan soñada y esperada, etc. La
paciencia es imprescindible para no
perder los nervios, para no crisparnos ante una situación que tiene sus
tiempos, en definitiva, para poder comprender la velocidad de los otros sin
alterarnos. Cuando alguien quiere algo, lo quiere ya, y casi siempre depende de
unos trámites, o de la mayor agilidad que otras personas tengan para resolver
el tema de que se trate. Así que no nos queda más remedio que tener paciencia.
No podemos ir por todos lados queriendo imprimir nuestro ritmo a otros, o
empujándoles.
Ya sé que no
es fácil, que vivir con otros significa compartir los tiempos y las decisiones,
pero en esto estamos, es lo que hay. Como se suele decir: “Hoy por mí, mañana
por ti”. Las discrepancias no se arreglan con malos gestos, ni con broncas, ni
agrediendo a las personas. Hay que razonar, no imponer. Hay que comprender al
otro. Por qué dice lo que dice, tal vez tenga sus motivos, hagamos el esfuerzo
por entender lo que expone o argumenta. Esto no es la teoría del buenismo, sino
la de la educación y el civismo, aunque ya sé que algunos estaréis pensando que
hay gente con la que es imposible razonar. Quizá, estéis en lo cierto, pero si
se intenta hablar desde el corazón, las barreras se hacen pequeñitas y llegan a
desaparecer. Si se pierde la compostura y se cae en la agresividad o en ponerse
ambas partes a la misma altura, entonces, todo está perdido.
Los problemas
no se arreglan solo porque se cuenten muchas veces a tercero y se les ponga la
cabeza como un bombo, hay que ir a la raíz del problema, mirarlo de frente,
contemplarlo hasta comprenderlo, después hay que actuar. Hay que tomar
decisiones, hay que hacer otra cosa para no repetir el error que dio pie al
problema. Hay que dialogar si el problema es con otra persona, pero casi
siempre la culpa de lo que tu crees que te pasa, vives, o te hacen otros, en el
fondo es tuya, es tu responsabilidad, tú te lo estás haciendo a ti mismo/a.
Esto no te gusta oírlo, pero es así. Tú tienes la llave de tu vida, tú soportas
lo que quieres soportar, tú te atas a lo que quieres atarte, tú te imaginas las
cadenas que crees te retienen. Tus miedos te inmovilizan, no actúas y esta es
la situación que has generado. Te falta valentía para decidir hacer algo
distinto, no puedes culpar a los demás de lo que estás viviendo. Esto es crudo,
pero es así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario