He oído a
algunas personas decir que ya es tiempo de dejarnos de izquierdas y derechas,
que no hay que rivalizar más. Que hay que dejarlo atrás, y es verdad, pero para
ello, hay que comenzar a pensar como ciudadano y dejarse de ideología. También
hay que mirar a los otros sin recelo, sin querer distanciarse e importándole a
uno los problemas que tengan los demás. ¿Por qué digo esto? - pues, porque de
ser así, cada cual va a tratar de apoyar un proyecto común para todos, que nos
beneficie a todos por igual. Esa es para mí, la clave.
Pienso en uno
de los asuntos con el que nos vamos a encontrar más inmediato, dada la absoluta
dependencia de uno con el otro, me refiero a la relación empresario,
trabajadores. Es indudable que el empresario depende del rendimiento de sus
empleados para conseguir unos resultados, y para los empleados es importante
que su empresario le dispense un trato educado y respetuoso, además de un
salario digno. ¿Coincidirán ambos en llevar a cabo una relación mutua, en la
que al empresario le importen, de verdad, sus empleados, y viceversa? Ese sería
el punto óptimo en esta relación, que ambas partes sientan a su empresa por
igual, uno por lo que expone y por la responsabilidad de que todas las familias
involucradas puedan vivir dignamente; los otros porque de la calidad de su
trabajo y de su rendimiento depende la satisfacción de sus clientes, mayores
ventas, la continuidad de su empresa y, por tanto, la seguridad de su puesto de
trabajo. Esta es la realidad actual y de siempre, pero hace falta que el
reparto de derechos, beneficios y obligaciones sea más justo.
Del mismo modo
lo podemos llevar a cualquier ámbito de la vida, y verán que puede ser muy
fácil cuando nos importan los que tenemos al lado. Para ello, se hace
imprescindible que todos nos convenzamos de la necesidad de considerar el
bienestar del otro, como un derecho, exactamente igual al nuestro. Esto se
consigue cuando nos paramos a analizar, o mejor dicho a sentir, que el de al
lado sufre como nosotros, tiene problemas como nosotros, y que nuestras
acciones han de ir encaminadas para no dañarle, no afectarle, ¡es un ser humano
como nosotros! El error de la humanidad incide en este gran descuido de muchos.
Cuando se adquiere esa conciencia del otro, ¿cómo alguien va a hacer daño a
nadie? De inmediato se acaba con la maldad actual de la explotación, dejar
morir de hambre o enfermedades, bombardear, asesinar, robar, etc.
El escenario
de la sociedad, en estos momentos, gira alocadamente, aceleradamente si
quieres, sin el sentido de unidad que somos, yo diría que fracturado o roto. Estamos
perdiendo una gran oportunidad, la que nos da el estar vivos todavía y poder
tejer un colorido tapiz, que represente más fielmente quienes somos. Estamos
tirando el tiempo y no progresamos como sociedad como debiéramos, porque se
impone la rivalización en lugar de la colaboración. Hemos aprendido muy poco,
por eso vivimos una existencia pobre en plenitud, pobre en amor, alegría y
felicidad. Es por ello, que nos venden productos con los que satisfacer
carencias internas, y con ellos vivimos momentos efímeros de felicidad, que
pronto se marchan.
Hace falta que
nuestra conciencia despierte, pero si lo hace y nosotros estamos ausentes,
estamos distraídos, tampoco nos apercibiremos de nada. Siempre estamos viviendo
afuera: una relación, un trabajo, el ejercicio, la música, las copas con los
amigos, ir de compras, etc., ¿y tú?, ¿dónde estás tú cuando haces todo eso?,
¿cómo te vives o te sientes cuando estás en cada uno de esos momentos? Se trata
de no perderse de vista, uno mismo, al tiempo que se hacen cosas. Si te
pierdes, recuérdalo y vuelve a estar presente. Vuelve a mirar lo que estás
sintiendo, hagas lo que hagas. Es mirar hacia afuera y hacia adentro al mismo
tiempo. ¡No te pierdas de vista!
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