Erase una vez
un país en donde todos los de trajes robaban. Ninguno de ellos se dedicaba a
trabajar para el pueblo sino que empleaba su tiempo en hacer negocios a
espaldas del fisco. Todos decían que antes de ser nombrado a dedo, ganaban más
dinero, pero ninguno se marchaba sino que preferían seguir robando.
Los habitantes
de aquel país llevaban cuarenta años pagando dos o tres veces lo que valían las
obras que hacían. Debían ser tontos, porque con esos trajeados, el ladrillo y
el cemento lo pagaban más alto que cualquier mortal. Sus obras eran las más caras
del Planeta. Claro, que al mismo tiempo que hacían obras, los trajeados se
enriquecían más y hacían campañas más pomposas.
En ese país
los trajeados siempre hablaban de democracia, pero llevaban cuarenta años dando
cargos a dedo, todavía se pelean para que se instalen las primarias o para que
se haga una ley electoral justa. Hablaban de democracia, se les llenaba la
boca, pero tenían pavor a que los pueblos que componían ese país, votaran.
Los trajeados
de ese país tenían tan poca catadura moral y tan poco corazón, que robaban los
dineros que venían para paliar las desgracias sociales que ellos mismos habían
generado con su pésima gestión. ¡Un trajeado de esos, se llevó el dinero que
era para ayudar a pueblos pobres de Latinoamérica! ¡Otros trajeados robaron el
dinero que llegó para las personas desempleadas que no tenían ingresos! ¡Y
otros trajeados, robaron los dineros que venían destinados para la formación de
personas, igualmente, desempleadas!
En ese país
los trajeados le llamaban estabilidad a esa situación de latrocinio continuado.
También era estabilidad para ellos hacer lo que les salía del bajo vientre, o
imponer a base de decretazo los consejos de sus amigos los empresarios,
banqueros y políticos extranjeros que nadie había votado en ese país, en lugar
de escuchar a los ciudadanos.
En ese país se
dio en llamar: “Crecer económicamente más que nadie en Europa”, a que los ricos
hubieran aprovechado la crisis para ser más ricos, y que los pobres fueran más,
y mucho más pobres. Los trajeados se habían cargado a la clase media de ese
país y todos los derechos de los trabajadores. Mientras hicieron todo eso, los
dineros se lo estaban llevando a espuertas a paraísos fiscales, en bolsas de
basura o en maletas, y en billetes de quinientos euros.
Casi al final
del cuento grabaron un video para decir que habían tenido poca piel. Lo que no
habían tenido es ni un ápice de vergüenza. Los trajeados de ese país llevaban
cuarenta años haciendo leyes, que ellos mismos se la saltaban a la torera. Sus
amigos los jueces miraban hacia otro lado o les imponían las penas más
livianas. Pero fue tal el escándalo de corrupción en aquel país, que el que “mandaba”
tuvo que reunirse con todos ellos para advertirles de que a partir de ahora ya
no se dejaría pasar ninguna. ¡Qué lástima, se les acababa el chollo a partir de
ahora!, ¿antes qué?... y colorín colorado, este cuento no se ha acabado… me
apuesto lo que sea.
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