Imagen: www.cineycriticasmarcianas.com
Acabo de ver la película: Los niños de Winton, acerca de un señor llamado Nicholas Winton, que junto a su madre y unos amigos, en víspera de la Segunda Guerra Mundial, organizó expediciones de niños que los llevaba desde Praga a Inglaterra para ponerles a salvo de la invasión alemana de Hitler. Se mueven emociones, casi se saltan las lágrimas, te sitúa en el horror, en la tragedia que supone la separación de esos niños de sus padres, a veces de algunos de sus hermanos, porque no todas las familias podían o estaban dispuestas a acoger a todos los niños que estaban llegando a tierras inglesas. Desde la mente del siglo veintiuno no se entiende, no lo entiendo por muchos intereses que existan entre países, y ahora me refiero a los tiempos actuales, a los conflictos bélicos que debieron quedar en el pasado, que no debieran existir en la actualidad. Tal vez, no tendrían que haber ocurrido nunca, al menos visto con los ojos y la mente de ahora. Es incomprensible por los que se involucran directamente, y aún peor por los que participan, por los que se hacen cómplices, por los que alientan y justifican, por los que entregan armas, por los que financian a unos y otros.
No tienen derecho a romper las vidas de esos pequeños, de esos padres y de esas familias, pero aunque digan que la historia está escrita y es conveniente conocerla para no repetirla, cuando los intereses exceden los niveles de la cordura, pierden los papeles y comienza la ceguera, la que impide reconocer a nadie y se le masacra sin piedad alguna. Las bombas no esquivan a nadie, revientan edificios y descuartizan cuerpos sin discriminar entre hombres, mujeres, niños o ancianos. Tampoco respetan credos y religiones, ideologías, estatutos sociales, etc. Allá donde caen, destruyen, no pudiendo decir que a veces matan como producto del error... siempre es un error, desde el mismo momento que alguien en un despacho da la orden de hacerlo, hasta cuando alguien apunta fríamente o pulsa el botón de disparo de una ametralladora, o de un sistema de liberación de bombas de un bombardero, por ejemplo.
No hemos recobrado la cordura desde que empezaron a lanzar grandes piedras con catapultas, arrojar recipientes de aceite hirviendo, bombas atómica en japón, o dedicar años y billones de dinero en mejorar armas con las que asesinar, reprimir revueltas, destruir ciudades o países, dar una lección tan inolvidable como demente. Nadie puede estar en el centro del ser humano que es y apoyar la guerra, es incompatible. Eso solo es posible desde el odio, desde la envidia exacerbada, desde la esquizofrenia, y siempre la guerra no tendrá justificación si no es para evitar que a ti te aniquilen de un ataque real que se está produciendo, no un ataque imaginario o vendido a los medios para justificar que tú vayas a eliminar a quien te interese quitar de en medio. En las guerras pagan con su vida muchos inocentes, sufren el hambre y el abandono muchos inocentes, ¿Qué han hecho los niños para tener que pasar por esa maldad adulta?, porque nunca los niños pierden su tiempo en montar una guerra, tienen cosas mejores en las que entretenerse, cualquier juego es mucho más para ellos. Y los adultos cuando se ciegan, no ven el daño que van a producir a toda la sociedad, el destrozo que van a provocar, la pobreza que van a inducir, el gasto tan abultado e injustificado, o cómo van a hundir a su país y con él a toda su gente. Es un ¡NO! rotundo a la guerra. No hay que apoyar a ningún criminal que quiera doblegar o invadir a otro país, ¡Ni dinero, ni armas! Es hora de poner en el centro de todo a las personas, no al dinero.
Seguiremos...
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