Ya se pueden
escribir ríos de tinta o promulgar información hasta que se seque la garganta,
que, de momento, no sirve para nada o casi nada. Mientras nos mantengamos tan difíciles
a la hora de dialogar y cada uno de nosotros nos creamos en poder del pensamiento
correcto, y no demos el brazo a torcer o arrimemos nuestro hombro para
colaborar; no seremos capaces de generar entre todos para el bien de todos.
Mientras
peleemos entre todos, mientras nos dediquemos a atacarnos, a tirarnos dardos
envenenados, riñamos, nos insultemos o nos despreciemos; seguiremos en la
mediocridad existente. Mientras cada uno trate de solucionar en su propio
interés o actúe en un complot de intereses privados o bien acotados, donde los
demás no podamos ser participes a pesar de que el complot se organice con lo
que es de todos; nos veremos como estamos, en manos de los desaprensivos y no
creceremos.
Mientras unos
digan que quieren vencer a los otros en lugar de querer postularse cerca para
ayudar a impulsar un proyecto común, y los otros no flexibilicen el proyecto,
atendiendo las necesidades y sugerencias de los demás; de igual modo estaremos
perdidos en el laberinto de la vida. Aparentemente habrá mucha gente ocupándose
de algo, pero los resultados seguirán siendo demasiado pobres. No habrá
eficacia sino consumo del tiempo y una falsa satisfacción de estar ocupados, de
estar trabajando. ¿Cuántos recursos de todo tipo habremos dilapidado con este
afán de divergencia?
Me apena que
no alcancemos la comprensión suficiente como para modificar nuestro
comportamiento en todos los ámbitos de la vida. No hay disponibilidad, hay poca
solidaridad, no hay entendimiento y hay demasiado error. Error en el
pensamiento, error en la actuación, mucho protagonismo y poca generosidad,
mucho elitismo y poca humildad; caminamos en la dirección opuesta, no somos
naturales, estamos a la defensiva y nos irritamos con suma facilidad, no hemos
aprendido a ser felices ni a hacer felices a los demás.
El gasto de
energía personal es terrible, nos insultamos demasiado, nos criticamos
demasiado y nos acusamos demasiado. Al mismo tiempo nos queremos poco, hemos
reservado esta manifestación al círculo familiar y pequeño, es como si nos
diera miedo extenderlo o abrirlo a los demás. Cualquier gesto en este sentido
podría cambiar todas las cosas, pues con amor no sucederían la mitad de las
cosas de las que nos enteramos hoy. Este sistema aburre y condena a la apatía,
al desencanto, al alejamiento y a la pasividad; aunque quizá sean estos sus fines bien calculados.
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