Hace dos días estaba con mis
padres y dijeron que querían ir a ver a mi tía Juanita, que vive en el barrio
de los Pájaros de Sevilla, un barrio de los más humildes de la ciudad, pero
como suele ocurrir es donde con mayor frecuencia se meten la gente menos pudientes
y otras muchas personas de mal vivir, entiéndase, en todos los aspectos. Como
dos tíos míos han vivido allí, y nosotros desde pequeños hemos transitado el
barrio en nuestras visitas frecuentes, no reparamos en lo que alberga.
Al llegar a la plaza donde se
encuentra el mercado de abasto del barrio, mi madre, que a la pobre la llevamos
en silla de rueda en estos momentos, dice que por qué no entramos a echar un
vistazo al mercado y nos dirigimos hacia la entrada que teníamos más próxima.
Justo en aquel instante vemos a un hombre de unos cuarenta y tantos años y tez
bastante morena dirigirse diligentemente hacia una señora de una edad similar y
piel más clara. El hombre comienza a increparla ante el mutismo de la señora,
la escena se está dando a nuestra espalda, me giro, suelto la silla y le pido
al hombre que deje a la señora, mi madre me pide que no me meta y, de
inmediato, salen varias personas del mercado diciéndome lo mismo: “déjelo, no
se meta que es mejor, váyase”; me daba la sensación de que eso era algo
frecuente en el mercado, pues la pareja era bien conocida por los vecinos. Ante
el revuelo que comenzó a haber en la puerta, varios gitanos que se encontraban
dentro del mercado, corrieron hacia la misma, corrían y gritaban al tiempo que
se hicieron cargo de la situación. Un señor de los que más me había insistido
que me fuera, tenía su móvil en las manos, yo ya había sacado el mío de mi
bolsillo con la intención de llamar al 112 y le preguntaba a aquel señor si él
había llamado a la policía… su contestación fue la misma: ¡váyase, no se meta!
Tuve que desentenderme de aquello a duras penas, con un cierto remordimiento
por no haber hecho todo lo que debería, por haber permitido que aquel hombre
moreno agrediera a aquella mujer. Esa situación es tan cruda, real y violenta
que no la olvido tan fácil, y como nuestros oídos están sensibles al tema
debido a la cantidad de asesinatos que se cometen, rápidamente ves a un hombre
agredir a una mujer y te saltan todas las alarmas. Una vez nos distanciamos del
escenario, caminábamos los tres, bueno, mi madre iba en su silla de ruedas,
pero deberíamos de llevar los tres la cara blanca; caminábamos en silencio sin
mediar palabra, afectados por lo que habíamos presenciado.
Como pasa en estos casos,
llegamos a casa de nuestra familiar y a la puerta saludamos a una vecina de
ella, le contamos lo que habíamos visto y con total normalidad dice: “ella se
llama Amparo, él es su marido”. Como dije antes, esto es sabido en el barrio,
todos los vecinos o muchos de ellos saben lo que sucede en esa pareja. Esta agresión
no debe ser la primera que ocurre, pero si nadie se mete, porque ya pude ver
que nadie se metía salvo aquellos familiares gitanos que acudieron para mediar.
Es como si todo obedeciera a sus normas gitanas y nadie por allí se atreviera a
interferir en el asunto, después suceden las desgracias porque ese trato
vejatorio no puede tardar demasiado en desembocar en una desgracia, al menos,
tal como pude ver. La mirada del hombre era la de un loco, miraba intensamente
y de soslayo mientras golpeaba a la mujer; no me quitaba la vista de encima y
no se producía ni siquiera un parpadeo… lo recuerdo con total claridad.
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