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(Definición
R.A.E.) Acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros de un
grupo, o de varios grupos.
Acabo de
tragarme voluntariamente tres horas de “debate” en el Congreso para prorrogar
el estado de alarma otros quince días. Ahí lo he dejado, porque el saco se
puede llenar, pero hasta un límite. Hay que ser prudentes con la información y la
desinformación que se recibe, sobre todo cuando proviene del clan político,
pues ya sabemos que es poco fiable, tendencioso y, muchas veces, traidor.
El objeto del
escrito es otro, que paso de inmediato a referir. Ante un estado de alarma, de
urgencia o emergencia social generalizada, cuánto mejor hubiera sido el
consenso, el acuerdo de todos los grupos políticos, la aportación de todos los
puntos de vista y la involucración del conjunto. Lo democrático no es que haya
que seguir las normas de un color, sino el consenso de todos los colores, pues
todos tienen algo de lo que podamos servirnos. Es cuestión de aunar voluntades,
pero creo que habría que hacerlo quedando encerrados, sin móviles, sin contacto
con el exterior, hasta alcanzar el consenso para evitar la manipulación externa
de fuentes ajenas a la composición de diputados elegidos por la ciudadanía.
Todos dicen
tratar de hacer lo mejor por la gente, pues que arrimen el hombro y lo
demuestren, que pongan sus planes sobre la mesa y se estudie la viabilidad y el
beneficio para la ciudadanía, de cada uno de ellos. Lo de trabajar en equipo no
solo es válido para venga expreso en los libros de textos, sino que hay que
llevarlo a la práctica. El mundo político es cerrado, los aplausos son para los
miembros de sus partidos, aunque otros puedan haber expuesto una idea
brillante. Para cada partido solo es válido lo que ellos defiendan, no lo que
propongan las demás formaciones. De punto de partida ya se reparten las
antipatías con tal o cual grupo, en pos de ideologías, sin pararse a escuchar
lo que tengan que decir. Sigue el error de la izquierda y la derecha. Está
servido el combate, los “debates” del Congreso se convierten en Torneos, y no
precisamente entre caballeros, pues el tono de sus intervenciones es
descalificador y soez.
Mientras
emplean sus fuerzas para arremeter contra el adversario ideológico, las
soluciones de los problemas se demoran y casi nadie da explicaciones de cómo
alcanzar aquello que tan bonito le quedo siendo pronunciado. Regalar los oídos
y engañar, es algo que parece que traen incorporado de serie casi la totalidad
de los políticos. Aún no se han enterado de las obligaciones que deben atender,
siguen en la lucha por el poder y en el intento por hacer descabalgar al que
sigue subido al caballo. Si analizan las intervenciones, veréis que estamos en
la sociedad del trueque… ¡te doy esto, a cambio de aquello! Además, un día
hablan peste de un color, y al día siguiente pactan hacer trueque con tal de
imponer lo que quieren. La incoherencia, la falta de integridad y la
inmoralidad parlamentaria, es la práctica asidua.
Todavía los
políticos no saben interpretar que la democracia no es hacer lo que quiera la
mayoría, pisoteando los sueños de la minoría, sino acatar lo que desea la
ciudadanía española. Por ello, en todo caso, y mientras los políticos nos
tengan secuestrado el poder de decidir, nunca debe dictar las normas un solo
partido aunque fuere mayoría, sino un conjunto multicolor que represente
fielmente lo que salió de las urnas. No hay mayor democracia que acatar las
decisiones de la ciudadanía, y que yo sepa, siempre se votan muchas opciones en
distintas proporciones, lo que no impide que estén constantemente decidiendo en
nombre de sus votantes. Por eso, creo que lo más justo hubiera sido que la ley
también la fuera, justa, a eso me refiero, a que la ley contemplara que la
constitución del gobierno debiera incluir a todas las fuerzas políticas, en la
proporción salida de las urnas.
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