Desde 1975 que
murió el Caudillo han pasado muchos años, son cuarenta años de gobiernos
supuestamente democráticos construyendo un código legal a medida, que ha
permitido a nuestros políticos amañarlo todo a su imagen y semejanza, por
utilizar una frase con tintes bíblicos. Para lograr regenerar el escenario
político del país hace falta una gran dosis de honestidad, un rigor en la
función sin perder de vista el principal objetivo de la acción política, que no
es otro que coordinar y gestionar las supuestas decisiones de los ciudadanos
para conseguir vivir en el mundo que nosotros, de nuevo he de decir “supuestamente”,
elegimos.
Así es como debería
ser, por lo tanto hay que articular unas formas, un método y unas leyes, para
que la intervención de los ciudadanos sea más directa y constante sobre la
función pública y política. Esto, en la actualidad, lo tiene anulado el
sistema, nosotros solo podemos votar cada cuatro años; en eso se fundamenta
toda nuestra responsabilidad y nuestra capacidad de hacer, no nos dejan mayor
movilidad con las políticas y las leyes que los gobernantes han fijado hasta el
momento presente.
A la vista de
cómo están las cosas, hay mucho que hacer en todos los ámbitos sociales, para
devolvernos el poder, algo que será lo último a lo que los políticos
accederían. Ellos quieren el poder y lo demuestran en todo lo que hacen, por
ejemplo, cuando se presentan a las elecciones quieren ganar, quieren conseguir
la mayoría absoluta, quieren el ordeno y mando. Cuando finalizan las
elecciones, si no consiguieron sus objetivos, con sus leyes prevén hacer pactos
para tratar de adquirir el poder que los ciudadanos no les hemos otorgado con
nuestros votos. Nosotros hablamos y ellos lo interpretan y se reparten la cuota
de poder dada por los ciudadanos como mejor les conviene, sobre todo a las
fuerzas bipartidistas que tratan de mantenerse en el poder, pues son las más
favorecidas por las leyes que ellos mismos han dictado.
El código
legal en todas sus ramificaciones: civil, penal, etc., está como para que se le
de la vuelta como si de un calcetín se tratase. Habría que repasarlo, ley por
ley y artículo por artículo de cada una de las leyes, eliminando todo aquello
que no suponga un bien para todos y si un privilegio o una laguna de escape
para unos pocos. Al hacerlo, habría que disponer la ley para que el poder fuera
devuelto a los ciudadanos, que es donde tiene que residir. Somos nosotros los
que formamos y mantenemos un Estado para garantizar nuestra seguridad, nuestro
progreso, nuestro bienestar y nuestros derechos; prácticamente, todo ello está
comprometido desde hace unos años, aunque nunca fue totalmente propiedad
de los ciudadanos. En los últimos años
se ha empeorado la situación social, laboral y económica porque se aplicaron
las políticas de la descapitalización de la gente, para hacernos perder el
poquito poder con el que contábamos y de esta forma que nuestros derechos
volaran, como así ha sido.
Ha sido un
golpe magistral llamado crisis, donde los usureros del dinero han jugado una
partida, tal vez de una forma terriblemente negligente, por supuesto tratando
de generar ganancias bestiales y la cagaron, queriendo o no, porque se
aseguraron que la crisis la padeciéramos nosotros y los gobiernos les recataran
a ellos, a las entidades financieras, que habían metido la pata hasta el
corvejón.
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