Cierra los
ojos de vez en cuando, entre tarea y tarea para un poco, date unos minutos de
interiorización, equilíbrate y permítete estar contigo cada vez que pueda.
Vivimos en una organización laboral que exige más, que ha errado el término de
competitividad con el de explotación: más horas de trabajo y menores salarios,
en definitiva vamos lanzados hacia la precariedad laboral. Esto nos va minando
nuestras ganas de trabajar, nos merma la ilusión por construir nuestras vidas
porque en el centro está ese desastre de trabajo, que sin embargo no podemos
abandonar porque es la fuente de ingresos. Este es un panorama real en el caso
de muchas personas, que debemos abordar con tranquilidad pero actuando:
buscando un mejor trabajo, preparándonos mejor y mientras tanto, haciendo
nuestras pausas e imponiendo un ritmo más acorde con nuestra velocidad natural,
aquella a la que nos sintamos mejor trabajando, ¡no somos máquinas!, aunque
algunos empresarios se hayan confundido hasta el infinito y más allá.
Cada vez que
vayas a los servicios, cierra los ojos y trata de sentir, trata de parar,
intenta no pensar en nada, relájate unos minutos y vuelve al frente de batalla.
No corras, muévete relativamente despacio, como si no tuvieras prisas, el
objetivo de ningún trabajo debe ser hacer mucho pero hacerlo mal. El equilibrio
habría que buscarlo entre hacer todo lo que a nosotros nos haga sentir
satisfecho, me refiero a una cantidad de trabajo aceptable, bien hecho pero a
nuestro ritmo; ya se que al empresario, muy posiblemente, le parezca
insuficiente y va a presionar, ese es su papel, su rol, el que se ha impuesto.
Tan solo tendrá éxito en la medida en que nuestros miedos lo echen todo a
perder, de lo contrario no hay nada que rascar. Si tememos que nos echen del
trabajo o tememos que nos regañe, él gana la partida, de lo contrario, no
tendrá ningún poder sobre nosotros. Así es casi todo en la vida, así se produce
casi toda la manipulación al menos que hayamos optado por ser responsable de
nosotros mismos, por tomar las riendas de nuestra vida y por no tener miedo.
Evidentemente hay que pagar un precio por ello, pero si estamos dispuestos a
pagarlo, no tienen nada que hacer en nuestra contra.
No es fácil,
ya lo se, pero en qué estamos empleando nuestro valiosísimo tiempo, e
irrepetible tiempo. Es nuestro tiempo de existencia física en este plano y es
limitado, ¿merece la pena vivirlo de este modo?, ¿sabemos si estamos haciendo
lo que deberíamos estar haciendo?, ¿nos sentimos satisfechos con nosotros
mismos?, si las respuestas fueran negativas es que nos hace falta mucho más
tiempo con nosotros mismos, reflexionar, ahondar en nosotros y no veo otro modo
de hacerlo que cerrar los ojos y pasar más tiempo con nosotros.
Un mendigo en
la calle, todo el día soleándose, paseando de un lado para otro y pidiendo
puede ser mucho más feliz que un presidente millonario de una gran corporación,
si el propósito de este es conseguir que los demás hagan algo de una determinada
forma, ¿por qué?, porque este será infeliz hasta que no someta a los demás a
sus ideales y eso no depende de él, sino de los que tienen que someterse.
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