Bendito Whassap
que hizo que mis vecinos apagasen la música. Estaba tratando de dormir desde
las once de la noche, pero me era imposible, la música llegaba desde el jardín
de mis vecinos y se regocijaba en el interior de mi dormitorio, que apenas se
separa por unos seis metros de la casa de mis vecinos. Estos festejaban algo
con otro grupo de amigos y vecinos, en quienes los grados del alcohol ingerido
comenzaban a hacer sus efectos, atendiendo a las risas y los gritos que
trascendían, posiblemente estuvieran viviendo con total normalidad como si
fueran las siete de la tarde; que me lo pregunten a mí.
A la una y
media de la madrugada le propuse a mi mujer dar una vuelta alrededor de la
urbanización, ya que la marcha nos hacía imposible conciliar el sueño. Nos
vestimos y caminamos, dimos dos vueltas completas, que nos dio tiempo para
cambiar de chic y airear la tensión de no poder dormir. Durante la vuelta a la
urbanización, vimos que en el otro extremo de la misma había dos chalets más
inmersos en espectáculos ruidosos; en uno de ellos se celebraba una boda,
pudimos ver los coches con los lazos colgados en las puertas, la música, el vocerío
y la cantidad de gente que había dentro y fuera de la parcela donde se
celebraba, así como las furgonetas refrigeradas de la empresa de catering.
Delante de la parcela habían instalado una caracola con servicios portátiles y
nos fijamos que desde la parcela mediante una goma le daban servicio de agua.
De la construcción provisional que teníamos delante salía un tubo rojo rugoso y
grueso, parecido a los que se utilizan para soterrar instalaciones, que se
alejaba de la caracola metálica y llegaba hasta una alcantarilla a la que le
habían desplazado parcialmente la tapa, introduciendo el tubo rojo en su
interior. Todo parecía en orden, pero poco después el tubo lo habían sacado del
alcantarillado y lo habían dejado junto al bordillo, vertiendo las aguas sucias
calle abajo, como si estuviéramos en cualquier calle de una población
tercermundista.
Casi enfrente
de esa parcela donde se celebraba el enlace matrimonial, unos jóvenes celebraban
una fiesta cuya música sobrepasaba en decibelios a la del casamiento. El equipo
de música debía estar trabajando al límite de sus posibilidades y sin
miramiento por los oídos de sus vecinos o por su descanso. Parecía una
discoteca al aire libre en una zona despoblada, donde sería más propia esa
licencia, cañear a los cuatro vientos; sin embargo, la gente ha perdido la
noción del espacio en el que viven y todo lo arreglan con que eso no lo hacen
todos los días, ¡faltaría más!
¿Qué necesidad
hay de que tengamos que llamar la atención a la gente?, porque el concepto de
ser prudente y no digamos respetuoso, se ha perdido casi por completo. La gente
va a lo suyo, celebra lo que le parece, pero lo hace de una forma inadecuada. A
mi no me importa lo que hagas siempre que no me molestes, ¿por qué mis vecinos
no metieron a toda la tropa de invitados en el interior de su casa?, si lo
hubieran hecho, el sonido habría sido mucho más tenue y llevadero… pero no lo
piensan siquiera. Procuran pasarlo bien o muy bien si pueden, pero sin el menor
miramiento por los que tienen a su lado. Así no vamos a ningún sitio, solo
llegamos a estar un poco más hartos unos y otros. Con la peculiaridad que pocos
son los que acogen razonablemente las llamadas de atención de aquellos que se
sienten perjudicados.
En este caso
les envié un whassap a las 3,06 de la madrugada, y bendito sea, que hizo que la
música parase y nuestros oídos descansaron a la vez que nuestros cuerpos
comenzaron a relajarse. ¿Por qué tenemos que dar lugar a todo esto? No estamos
lo suficientemente preparados para vivir en sociedad, para convivir sin
molestar y respetándonos los unos a los otros.
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