Ayer como cada
mañana salí de casa sobre las 7,30 h para ir a ver la salida del sol. Voy
caminando calle abajo cuando veo salir de una de las calles que vienen a
desembocar a esta por la que yo marchaba, un coche que tiene abierta la puerta
del conductor haciendo eses, mientras el conductor parece querer cerrar la
puerta. Continúa conduciendo de un modo anormal, tan pronto estaba en un
extremo de la calzada, como de repente estaba en el opuesto y le veo
aproximarse a un punto de la carretera donde había aparcado dos coches, uno
casi enfrente del otro y me quedé mirando porque me temía lo peor. Iba directo
hacia uno de los vehículos y de repente dio un volantazo extraño para
esquivarlo y pasar por entre los dos coches aparcados. Continuó de este modo hasta
alcanzar el final de la calle, donde debía girar hacia la derecha o la
izquierda. Su casa estaba hacia la izquierda y giró a tanta velocidad que el automóvil
derrapó. Por entonces yo le veía desde aproximadamente unos doscientos metros y
pude oír el derrape, como las ruedas chirriaban en el asfalto.
De seguida
pensé en la irresponsabilidad de conducir en esas condiciones aparentes de
embriaguez. Me dije que tal vez el mal menor fuera que se hubiera emborrachado
o drogado en casa de algún amigo dentro de la urbanización, pues aunque estaban
expuestos todos nuestros vehículos aparcados en nuestras puertas, era leve en
comparación a imaginarme esa criatura conduciendo por carretera en esas
condiciones.
Cuando llegué
al vigilante de la entrada de la urbanización le pregunté si acababa de entrar
un coche blanco de tales características y me contestó afirmativamente. – Sí,
ha llegado derrapando, casi se come el poste sobre el que está el lector de
tarjetas para abrir la puerta. No venía en muy buenas condiciones – Eso fue lo
que apreció el vigilante. Desde ese momento, comencé a pensar no solo en ese
muchacho que lo conozco desde que era pequeño, se ha criado aquí, sino en las
personas que se habrían cruzado con él y el riesgo que ese estado físico
representaba para todos ellos. Así suceden los accidentes donde después tenemos
que lamentar el número de muertos, algunos culpables y otros inocentes,
dependiendo de muchos factores de riesgo: alcohol, drogas, velocidad excesiva,
despiste, uso del móvil, etc.
Hace un par de
días un joven de veintidós años mató a varios miembros de una familia cuando
colisionó con ellos tras haber conducido por una autovía en sentido contrario
unos cuarenta kilómetros. Lo que evidencia es que su estado no le permitía saber
ni por donde conducía, ¿cómo en una autovía venía todo el mundo de frente? Este
es un caso aislado, pero que desgraciadamente se repite de cuando en cuando en
las personas de esos a los que llaman camicaces. La insensatez de algunos pone
en peligro, e incluso mata, a otras personas que conducen prudentemente y se
dirigen a sus trabajos o a echar un día de reunión familiar, pero viene uno de
estos desarmados y lo estropea todo, te manda al otro barrio. Este es el grado
terrible de repercusión de los actos de los demás. Por ello, debemos saber muy
bien qué hacemos, cómo estamos, y tomar la decisión de dejar el coche aparcado,
pasar la noche dentro del coche durmiendo la mona si hace falta, antes de
exponer tu vida y la de los demás.
Cuando ves al
hijo de tu vecino conduciendo como dije antes, irremediablemente piensas en
todas estas cosas y se te pone el vello de punta. ¿Los padres no saben lo que
tienen dentro de casa? ¿Es habitual volver a las 7,45 h a casa? ¿No huele a
alcohol o droga su habitación mientras le ven durmiendo la borrachera? Muchos
padres deberían estar más atentos a sus hijos y sopesar si educaron
adecuadamente, si fueron un buen tutor o el arbolito comenzó a torcerse.
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