Son muchos los
temas que no se controlan adecuadamente dando lugar a gastos innecesarios.
Hacen falta más inspectores de Trabajo y de Hacienda, principalmente. Hay que
controlar de un modo más efectivo la evasión de capitales, la ingeniería fiscal
para tributar ridículamente, la economía sumergida y que los parados estén
realmente sin empleo. Hay que vigilar las condiciones de trabajo reales frente
a lo que dicen los contratos y las horas por las que los empresarios dan de
alta a sus empleados. Hay que eliminar el dinero circulante para que todas las
transacciones se hagan mediante operaciones de las que queden asientos
contables y, por tanto, puedan ser revisables y declarables.
Hay mucho por
hacer y, es por ello, que no se entiende como se suceden los Gobiernos con
mayoría absoluta sin que terminen con estas prácticas tan comunes. Cualquier
tema que abordes tiene flecos y puntos de diversa importancia, que nunca se
atajan, lo que resulta incomprensible para cualquier ciudadano o ciudadana. La
costumbre es poner en lo público a un político al frente, pero esa persona, la
mayoría de las veces no sabe nada de las operaciones que en esa área de la
Administración se atiende. Por tanto, no puede dirigir nada, pues solo tiene
desconocimiento del asunto y de las transacciones u objetivos para el que nació
tal o cual departamento público. Entonces vemos que de este modo hay cantidad
de “responsables”, que no lo pueden ser por puro desconocimiento, es solo un
puesto de trabajo dado a dedo a un político. Con todo ello, lo que resulta es
que los funcionarios del lugar hacen lo que pueden, y a veces, lo que quieren
porque no hay control alguno.
Acerca del
funcionariado habría que hablar mucho, ya comprendo que existe la doble
vertiente: el funcionario tiene que saber que no va a perder su trabajo si hace
las cosas bien, pero lo malo es que sabe que tampoco lo va a perder si las hace
regular o se tira más o menos a la vagancia. Yo soy de la opinión de que el
funcionario como cualquier otro tipo de trabajador, cuando su rendimiento no es
el adecuado o su praxis no es ética, debe perder el trabajo. Tampoco me vale
aquello tan corriente: el funcionario que deja de serlo para integrarse en la
política, y cuando es cogido con el carrito de los helados y es expulsado de la
política, se vuelve a incorporar a su antiguo puesto de funcionario. Es
inexplicable que alguien que se dejó corromper, por ejemplo, retorne a su
puesto de funcionario, ¡no!, oiga, usted es un chorizo, y no es admisible que
una persona de esa catadura ética y moral, cobre de nuevo del erario público.
¡Debe perder su plaza! Esto hay que legislarlo en una sociedad seria que
pretenda tener gente responsable y honesta al frente de las Instituciones, pero
claro, si los de arriba son semidelincuentes, los que le siguen se ponen en
sintonía y obedecen los dictados; lo que no les exime de responsabilidad, pues
debieran de denunciar a sus superiores en cuanto observan el fraude o la
ilegalidad.
Una sociedad
diferente es totalmente posible, es por eso que podemos imaginarla, pero es
necesario que el castigo se intensifique para que los infractores sepan a qué
atenerse. ¿Por qué los Gobiernos se suceden y siguen las leyes siendo tan
deficientes, así como escasos los medios para combatir los fraudes y la
delincuencia organizada? Los que pelean por los sillones deberían reflexionar
sobre esto.
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