El asunto catalán es aprovechado
por muchos para tratar de hacerse destacar los que se llaman a sí mismos
constitucionalistas, defensores de la soberanía nacional, etc…. son los “buenos”,
el resto, los que pensamos diferente y creemos en una democracia que sea lo que
decida la ciudadanía, somos radicales y queremos “romper” España. Si se fijan,
cualquier movimiento político siempre da origen a la clasificación o
diversificación entre buenos y malos, entre rojos y azules, o entre los de izquierdas
y derechas. El propósito es fragmentar a la sociedad para que nunca nos
pongamos de acuerdo, ¿se imaginan cuarenta y ocho millones de habitantes
españoles encaminados en una dirección?... sencillamente, imparables. Eso no lo
quieren, la minoría gobernante quiere, a pesar de ser pocos, marcar los pasos a
la sociedad, pero lo lamentable es que si los pasos fueran honestos, sensatos,
se empleara el sentido común y se atendieran los problemas de la gente y no los
intereses del partido del que gobierna o las imposiciones de empresarios y
banqueros, podríamos darlo por bueno. ¿No es ceder la soberanía aplicar los
mandatos de empresarios, banqueros, e instituciones europeas?
En España hay un problema que
viene manifestándose desde hace tiempo, y es que todos los españoles no somos
iguales ante las instituciones o la Administración pública, tenemos diferentes
derechos, dependiendo de la Comunidad Autónoma en la que residimos. Como hay
varias áreas gestionadas por cada Comunidad, cada una aplica unas normas o
destina un mayor presupuesto a unas que a otras, dando como resultado unos mejores
servicios en esas áreas. No todas las comunidades tienen los mismos acuerdos
económicos con el Gobierno central, por tanto, no todas las Comunidades
disponen del mismo dinero por habitante, lo que hace que unas Comunidades sean
más ricas que otras. Desde hace años, se ha industrializado unas zonas de
España en detrimento del resto del país, por lo que no es lo mismo Cataluña,
País Vasco o Madrid, que el resto del territorio. Solo con estos ejemplos se
comprende que hay mucho por hacer para conseguir una España más equitativa y
justa. Pero si nuestros políticos pasan las legislaturas discutiendo y oponiéndose
a los proyectos de progreso que convengan a la ciudadanía, o tramando cómo
gobernar para enriquecerse, llevarse el mayor dinero posible a sus partidos,
ganar elecciones y tener el máximo poder para hacer lo que les venga en ganas…
pues estamos como estamos, discutiendo si permitir que hablen los habitantes de
una región es democrático o no.
El PP, el del dinero en negro con
el que se financiaban y pagaban reformas de sus sedes, aquel que se ha llevado
la mitad de la legislatura anterior fuera de la ley, está emperrado en hacer
valer la ley sin modificar una coma. Ellos se la saltaron cuando quisieron:
modificaron el famoso art. 135 de la Constitución en una noche, en connivencia
con el PSOE. Han llevado una contabilidad B, desde hace más de veinte años. Se
han repartido sobres de dinero negro entre los altos cargos. Nos metieron en la
guerra de Irak, manifestándose todos los españoles y españolas en contra. Han
privatizado cuanto han querido. Han dado nuestro dinero a bancos y Cajas. Para
terminar, han sido cazados en cientos de casos de corrupción por los que se han
llevado comisiones a lo grande. Que estos señores vengan ahora a ponerse bien, posicionándose
como defensores de la legalidad y no hayan querido mover un punto de una
Constitución del año 1978, apropiada para la situación social y política de
aquella época… es un pensamiento involucionista. Para concluir: nunca, nunca,
permitir que la gente hable, es antidemocrático. Lo antidemocrático es oponerse
a que la gente se manifieste, diga lo que quiere hacer y cómo quiere vivir. Las
leyes se deben adaptar a lo que quiera un pueblo y no al contrario, menos aun
cuando no se corresponda con el sentir del mismo.
Antidemocrático es tomar las
medidas de opresión y más propias de otros tiempos: mandar a los cuerpos de
seguridad a controlar periódicos e imprentas, amenazar a políticos y
autoridades, impedir las comunicaciones, etc., todo para que no se llegue a oír
la voz del pueblo catalán.
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